La niebla ennoblece el lugar, le dota de carácter y personalidad, profundidad y oscuridad. No hay lugar capaz de tenerla que no genere impacto en lo más profundo del alma. Temor, extrañeza, vigilancia, curiosidad, pesadumbre, intimidación o nostalgia. Todo thriller o terror comienza con una tormenta y su rama en la ventana, o una niebla que sólo deja ver los negros árboles del bosque. El sonido hueco y quebrantado es lo único a lo que atender cuando ella está presente. Como si bajara del cielo con el propósito de impedirnos, trabarnos, empujarnos hacia el interior.
INT. COCHE – NOCHE
Un chaval, al que se le podría echar un cuarto de siglo, conduce en soledad de vuelta a casa tras una tarde de amigos y películas. El silencio es roto tan sólo por el sonido del motor y la radio. Suena esa música tan de las madrugadas (ej. Wicked Game, de Chris Isaak), mientras su cara denota fatiga y sujeta el volante con desidia. En el exterior domina la turbación, esa niebla espesa que oprimió a los alrededores de León en estas semanas. Lo inhóspito se torna en tenebroso y misterioso, ante el riesgo de conducir sin ver lo que sucede dos metros hacia adelante. De inmediato, a nuestro protagonista, como buen humano socializado que es, le vienen a la cabeza todos esos ‘slashers’; así suelen empezar, así explota una trama. Aunque hoy por hoy daría más pavor una Ione Belarra que un Michael Myers.
Llegó a casa sano y salvo porque poco pasa donde poco hay. Al día siguiente volvió a repetirse, y así sucesivamente en esta temporada navideña de niebla y canguelo climático. Por suerte o por desgracia su vida no está dirigida por John Carpenter.
León es una auténtica atracción climática, una extremista, una soportable para aquel con un carácter rudo y hercúleo. Por ello los de aquí son una especie sureña de escandinavos; acostumbrados al ardor veraniego, gelidez invernal, tormentas de quince minutos… Todos los fenómenos ambientales en 365 días, como para no adquirir un algo muy de aquí. Ahora es esa niebla que muy niebla es, mientras el leonés te mira con esa suficiencia de «bueno, ¿y qué?».