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'Buenos Reyes, buenos años'

08/01/2025
 Actualizado a 08/01/2025
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Con la de la Epifanía o de los Reyes Magos, termina el ciclo festivo navideño, conocido también como “de los doce días” (los que van de la Navidad a los Reyes), y comienza la andadura del año, esa cuesta de enero que se va jalonando de festividades en conmemoración de los primitivos mártires cristianos, ubicada la celebración de algunos de ellos en el primer mes del año: San Julián (día 9), San Marcelo (16), Santos Fabián y Sebastián (20), San Vicente (22), San Valero (29)…

Todo el tiempo navideño ha estado jalonado, tradicionalmente, en el mundo campesino leonés, por ritos y celebraciones de un gran arraigo y que, hoy, al querer reivindicar algunas de ellas como signos de identidad (pienso, por ejemplo, en los ramos), se están desnaturalizando, al descontextualizarlas e introducirlas en circuitos contra-natura: el mundo comercial y el publicitario.

Tales ritos y celebraciones navideñas del mundo campesino leonés configuran una hermosa constelación, tachonada por ramos; peticiones de aguinaldos por parte de mozos o de pastores; reuniones del grupo de los mozos para nombrar ‘rey’ o presidente; canto de las ‘martas’ (marzas; pervivencias del antiguo calendario lunar) en localidades como Gradefes u Horcadas, en torno al Esla; así como representaciones dramáticas, como son las ‘pastoradas’ (en torno a la Navidad) y los ‘Reyes’ (en la Epifanía).

Se trata de tradiciones que colmaban para las gentes campesinas el sentido de las fiestas en torno al solsticio de invierno, plasmadas, dentro de nuestro calendario, ya desde tiempos medievales, en el ciclo festivo navideño; un ciclo marcado por lo ritual y, dentro de tales ritos o manifestaciones (acabamos de enunciar las más significativas), por la impronta de una religiosidad popular vivida y asumida a lo largo de sucesivas generaciones, así como también por la huella de una cultura tradicional que también lo impregnaba todo.

No pocas de tales tradiciones navideñas se han ido perdiendo o debilitando, debido al consabido vaciamiento de nuestros pueblos. Las representaciones de los ‘Reyes’ eran muy entrañables (como también las ‘pastoradas’). No hacía falta más que la buena disposición por parte de vecinos y vecinas para aprenderse los papeles; la preparación de un escenario a cielo abierto, que, en no pocos pueblos en los que se hacía, podía ser el corral de una casa, o un descampado a las afueras del pueblo, o la propia plaza.

Y, en tal escenario, como una nota exótica tendente a la ensoñación, podían aparecer unas colchas con motivos moriscos, de las que los mozos traían del servicio militar si les tocaba en África, que evocaban visualmente a las gentes otros mundos. Tales colchas podían servir, también, como capas para algún rey mago, sobre todo para Baltasar.

De tal forma que, en el imaginario campesino, las Navidades dejaban una huella donde aparecía trenzado lo religioso, lo ritual, lo oferente, lo tradicional, lo sensorial, lo afectivo…, configurando una cultura que ha dado como resultado unos logros que, hoy, tratamos de convertir en señas de identidad, con el peligro que, al descontextualizarlas, queden vacías del verdadero significado que tuvieran.

En Lucillo, los mozos recorrían el pueblo, en ronda, la noche de los Reyes, para terminar pidiendo el aguinaldo, por todas las casas del pueblo, la mañana de la fiesta, al tiempo que entonaban en la cuestación: «Día de Reis, día de Reis,/ la primer fiesta del año./ Cuántas damas y doncellas/ al Rey piden l´aguinaldo…».

Feliz año a todos. Y que la cuesta de enero no nos estrague.

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