El pasado sábado se celebró la ancestral ‘Romería de Villasfrías’, evento que une a la gente de Vegas y Villanueva del Condado en la ermita que se alza entre los dos pueblos, muy cerca de las actuales piscinas municipales. Según los datos recogidos entre otros por Gregorio Boixo, allí se alzaba el poblado de San Salvador de Villasfría, que quedó abandonado definitivamente sobre el año 1400, separándose sus habitantes, yendo unos a vivir a Vegas y otros a Villanueva. Las malas lenguas siempre han afirmado que los ricos, los cultos y los mayores propietarios se fueron al primero y los gañanes al segundo. Pero son habladurías, no me cabe duda, de las que no hay que hacer ni mención, no vaya a ser que recibas unas hostias bien dadas por bocas.
El caso es que el segundo sábado de mayo (que suele coincidir con el festival de Eurovisión), los dos pueblos se juntan en la campa de la ermita, con sus pendones y pendonetas, para rendir homenaje a las dos Vírgenes, una por cada pueblo, cumplir los exvotos que cada cual hiciera y comer los fréjoles que tanta fama dieron a la comarca. Antiguamente la fiesta duraba todo el día, pero ahora concluye después de haberse zampado la pitanza. Es el momento de hablar con la gente a la que no veías en todo el año, oír misa los creyentes y beberse unas cervezas y unos vasos de vino que ese día saben mejor que un Vega Sicilia.
Este año se repitió toda la parafernalia, igual que el anterior y el anterior...; menos por dos cosas: el pendón de Villanueva llegó veinte minutos después que el de Vegas (extrañísimo suceso, puesto que es de ellos el que tiene que esperar al nuestro desde que tengo uso de razón), y por la presencia de un cura nuevo, el de ellos, que nos era desconocido. El ‘páter’ fue la atracción de la mañana: tan joven como el nuestro, con barba de tres días, pantalones vaqueros, gorra de béisbol, un pendiente estilo vasco en la oreja siniestra y una moto que abulta más que él, de las que usan los malos en las pelis americanas. Compararlo con el nuestro fue inevitable: éste va siempre con sotana y bonete, perfectamente pre-conciliar. Pero no sólo es la apariencia lo que los diferencia. La misa en Vegas dura, como mínimo, cuarenta y cinco minutos y la del Villanueva un cuarto de hora. Uno, si tiene que decidir (que no lo hace porque no va a misa excepto en funerales y así), iría sin duda a la segunda, porque lo breve, si bueno, dos veces bueno. Además, a las pobres que acuden todos los días a la iglesia, las enchufa triduos, novenas y rosarios sin conocimiento; a más a más, muchas de las oraciones y de las canciones las dice en latín, como antes del concilio; y canta..., no para de cantar durante todo el tiempo que dura la celebración. Tal es el caso que algún cabrón le ha puesto de mote «el Bustamante».
Si un marciano hubiese aterrizado en la campa el sábado pasado, quedaría loco, no entendería nada. Llegaría a la conclusión de que ambos curas eran de distinta religión, que adoraban a dioses distintos y no precisamente fraternales. Como habría, el marciano, digo, estudiado un poco del folclore terráqueo, deduciría que uno, el nuestro, era seguidor de Benedicto XVI y que el de Villanueva había bebido en la ‘teología de la liberación’ todos sus saberes, que seguía a pies puntillas las lecciones del Papa argentino, el jesuita, que es más peronista que el pobre Perón, que en paz descanse, con lo que conlleva seguir las doctrinas de Perón y de su sucesora, Cristina Fernández, a la que Dios guarde muchos años con salud.
Que dentro de la iglesia Católica, o sea, Universal, convivan dos visiones (aunque sean sólo estéticas), de Dios tan antagonistas como las que representan los dos curas de las Villasfrías, cree uno, son de agradecer, porque la uniformidad aburre y produce, como las pesadillas, monstruos que resultan ser absolutamente intolerantes, como los moros y los judíos, y que no se ponen de acuerdo ni para tomar unas cervezas en día de asueto.
Recordé, al verlos juntos, las aventuras de Don Camilo en la Italia de la posguerra, cuando tenía que vérselas con un alcalde comunista, Pepón. No se aguantaban, pero sólo era de boquilla, puesto que una vez que desterraron a Don Camilo a una aldea de montaña por una barrabasada sin malicia (tirar una mesa de un quintal sobre la cabeza de los dirigentes comunistas de la comuna), y lo sustituyó un curita lleno de las más beatíficas intenciones, Pepón decretó una huelga de misa, prohibiendo la asistencia a ella incluso a las santonas del lugar y a los reaccionarios. Todo el pueblo estuvo de acuerdo con la medida, que no cesó hasta que el obispo devolvió a Don Camilo a su lugar. Cuando llegó a la estación y se encontró con el alcalde, rompió en sus narices una baraja como si fuera una oblea y añadió: «Aquí no la necesito. Aquí no me aburro». El Cristo del altar mayor lo riñó, porque no se agradece a alguien que te ha devuelto al redil la merced con tanta chulería. Don Camilo le respondió: «¿Qué te apuestas, señor, a que en este momento se lo está contado a sus secuaces y les dice: así, zis zas, rompió la baraja el hijo de puta?» El asunto molar es dilucidar cual de los dos hace de Pepón y quién de Don Camilo. Salud y anarquía.
Bustamante
18/05/2023
Actualizado a
18/05/2023
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