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Caballero de gracia

17/08/2024
 Actualizado a 17/08/2024
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Queridos compañeros que os incorporáis, algunos neófitos, a un claustro docente, en poco más de quince días. Felices del logro, aun cuando estéis agotados, después de un proceso de concurso oposición diseñado para resistencias imbatibles. ¡Enhorabuena! Dicen que si hay algo que define nuestra profesión es la ser contadores de historias. Permitidme que os cuente la de uno de los personajes de la zarzuela ‘La Gran Vía’, El Caballero de Gracia, al que llaman así de manera un tanto socarrona quizá porque él mismo dice que «es verdad que estoy un poco antiguo, pero que en poniéndome mi frac, soy un tipo gentil de carácter jovial a quien mima la sociedad». El hombre se pasea por la escena intentando mantener el tipo mientras un coro de muchachas se burlan de él.

A veces los profesores nos sentimos así en el aula, desautorizados, denostados, y un tanto trasnochados, bien por el impacto del choque generacional, o tal vez por la incursión de la inteligencia artificial que, aún siendo incuestionable ayuda, puede llegar a orillarnos. Inevitablemente el primer día de curso entras al aula nerviosa. Analizas sus miradas: escrutadoras, desenfocadas, curiosas, desafiantes. La mayoría anhelantes de respuestas ante un mundo desconocido. Atentos a nuestros movimientos. Atención, he ahí la cuestión. En palabras del educador José María Esquirol en su libro ‘La escuela del alma’, «la escuela debería ser el primer receso, el primer retiro, el primer desierto para cultivar la plegaria de la atención, porque el esfuerzo de la atención es como una plegaria». Bienvenidos a la escuela, ese pequeño universo en el tenemos que desarrollar muchas capacidades, algunas innatas y otras que se van poco a poco adquiriendo para poder ser fieles a una vocación que viene a ser algo así como cruzar un umbral en el que lo idóneo sería entrar descalzo «porque estás pisando un lugar sagrado» en palabras del Éxodo bíblico.

Los griegos llamaban «epiqueya» o moderación a la virtud de subordinar todo tipo de generalidad a la singularidad que es cada uno». Pura artesanía. El encuentro con el maestro debe ser el encuentro con el testigo. Porque el maestro es, en palabras Esquirol, «testigo vivo de la vida». La pericia de nuestra labor está en llevarles hacia la maravilla de las cosas, educarles en el asombro. Recuerdo a aquel chavalín preocupado porque alguien había dudado de su futuro en la clase anterior: «profe, ¿tú crees que seremos alguien en la vida?». Querido compañero, tienes delante de ti a alguien capaz, ¿por qué no recordárselo? Con gracia, salero y la delicadeza del caballero que cruza el umbral sin invadir el recinto sagrado.

 

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