Lo tenía todo, Concha de Oro en San Sebastián, dirección e idea del cineasta español reconocido más independiente e indescifrable, Albert Serra, y protagonismo de Andrés Roca Rey, torero joven de amistades aristocráticas que entusiasma con pases y cogidas no solo a la afición castellanocalzada sino por doquier. Pero no. No, no. No es sublime esta grabación y no es decepción menor de ‘Tardes de soledad’, que cualidades tiene, el twist que supone empezar creando la expectativa del suspense para luego no llevar los tiros por ahí sino hacia el retrato visual del matador heterodoxamente comunicativo que es Roca.
El torero venerador de José Tomás al que siguen las cámaras es definitivamente una personalidad difícil de desentrañar y sería muy simplista caer en la tentación de tildarlo de loco temerario (a falta de sus emblemáticos recibimientos a porta gayola) por la altísima impresión de velocidad que dan los toros en el documental en comparación con otras perspectivas.
Sí es un acierto, por lo desprejuiciado y atávico, presentar al toro de lidia como el proverbial enemigo del torero. Así lo pinta la cuadrilla del maestro a ese ser al que se mata una y otra vez ante la cámara, a nuestros ojos, como si lo que vemos fuera el seguimiento de una corrida monológica continua de dos horas en la que, lejos de poder decir que no se ha maltratado a ningún animal durante el rodaje de la cinta, se cuentan una docena de bovinos moribundos. Rosarios, medias, tirantes y trajes de luces tan ajustados que no se sabe si favorecen o cortan la circulación acaban en pantalla manchados por litros de sangre de miuras sufrientes a los que vemos en primeros planos que no escatiman los últimos estertores, incluyendo uno imposible de olvidar en el que los dientes perfectos del macho muerden una lengua pastosa que se retuerce incapaz de más, en una estampa que podría inspirar la ‘Cabeza de toro agonizante’ que le faltó a Picasso.
Mención especial merece Antonio Chacón, el banderillero y miembro más locuaz de la cuadrilla, cuya elocuencia es tal que parece interpretado por Salva Reina, contribuyendo a rebajar por momentos la solemnidad de todo lo que vemos. Que no se corte la moña nunca.