Ami amigo le cupo en suerte, aquel 23F, servir como cabo a Dios y a España en la División Acorazada Brunete. De tal modo que, mientras Iñaki Gabilondo trataba de informarnos sosegadamente de cuanto estaba ocurriendo en aquella tarde oscura, él, mi amigo, el cabo Tomé, se apostaba con su acorazado frente a Prado del Rey siguiendo órdenes por lo que pudiera ocurrir. Muchos sabemos hoy lo que ocurrió, lo vivimos radiado o televisado, aquella imagen tabernaria de la España posfranquista, pero son muchos también los que lo ignoran, lo olvidan o lo manipulan. Como vienen haciendo con la historia toda, desde la mal nombrada reconquista hasta la terrible dictadura que tanto insisten en negar.
Cuento esto porque mi amigo podría dar conferencias a los ignorantes, sobre todo a los jóvenes ignorantes, acerca de lo que le supuso a él perder un año de su juventud metido en un Transporte Oruga Acorazado para nada, absolutamente para nada, para cumplir un rito militar hoy, por fortuna, desparecido del calendario de esa juventud nostálgica no se sabe bien de qué. Una parte de esa juventud, bien es cierto. Y podría hablarles, de paso, de que mientras estudiábamos Magisterio un día asesinaron a Yolanda González, otra estudiante, otra joven, cuyo único delito fue luchar por la libertad con mayúsculas, no por una caña en un bar. Hubo otros muertos más durante aquellos años de estudio. En España se mataba, mataban los fascistas y las fuerzas del orden bien coordinados entre sí porque su objetivo era meternos a todos en una de esas orugas o, sencillamente, tratarnos como si fuésemos tal bicho, seres inferiores, no humanos. En eso consisten las dictaduras.
Mi amigo, el cabo Tomé, es hoy un hombre bien jubilado después de servir a España con su trabajo. Un trabajo público, por cierto, algo, lo público, que se asienta en las bases de la democracia y de la libertad de todos y de todas. Un derecho peleado y conquistado, nunca otorgado por un rey en los estertores de aquella tarde mal nacida.