Si la política toma nuevos rumbos en este mes de septiembre, lo mismo ocurre con la próxima Semana Santa, pese a que aún falten media docena de meses –se celebrará a últimos de marzo– para que se haga presente en las calles y plazas de la capital leonesa. Sin embargo, ese sentimiento colectivo ya se respira entre las cofradías y hermandades penitenciales, en la inteligencia, por parte de todas y cada una de ellas, de que el tiempo se come el calendario a la velocidad del rayo. O, si cabe, más rápido. Cosa diferente es que, una edición más, se confunda churras y merinas con la veterana y parroquial procesión de la Virgen del Mercado en la atardecida del Viernes de Dolores. La obsesión de los papones dirigentes –los de las varas, medallas u otros atributos– por pretender incardinarla en la semana pasional de cristos sangrantes y vírgenes laceradas, es un error general. Y hasta un absurdo consentido.
Si miles de políticos –para aviso de los inclusivos, en el término se funde el femenino– han tomado posesión de sus cargos en las diversas instituciones españolas, lo mismo ocurrirá a mediodía de hoy en la iglesia de Santa Nonia, también llamada por costumbre capilla, que sí lo fue en su tiempo. La cuatro veces centenaria cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno, la más numerosa y la que pone sobre el lienzo urbano de esta antigua Corte «el mayor cortejo procesional que hayan visto los siglos en la ciudad de León», cambia de ‘alcalde’ con el título de abad, a quien se le deberá ‘respeto y obediencia’, en palabras que pronunciará el secretario en el atrio del templo, a la conclusión del oficio eucarístico.
Será a partir de las 12:30 cuando el ‘regidor mayor’ saliente, ‘el entusiasta hermano’ Juan Muñiz García, ceda el testigo –la insignia abacial de mando– a otro ‘hermanito’ de corazón morado, no menos incondicional de Jesús de Nazaret y su pesada cruz. Sergio González de Cabo es el llamado a dirigir los destinos de una cofradía, la de los ‘negros’, que, época tras época, ha ido marcando la pauta de los desfiles de encapuchados en esta bimilenaria e histórica ciudad. Sus trece pasos y sus más de mil braceros lo atestiguan.
A González de Cabo –como la ocurriera a su antecesor, Juan Muñiz, y a todos los que les han precedido– le esperan jornadas duras. Y, como es natural, también felices. Las abadías en Jesús son ‘cortas’ y la cofradía debe funcionar como un reloj. Es un espejo de la ciudad y en el nuevo primer hermano, en el abad Sergio, descansa esa comprometida e irrenunciable responsabilidad. No hay alternativa. Y aunque tampoco lo parezca debido al halo que envuelve a las celebraciones pasionales, son tiempos muy difíciles. Y de forma especial para la Iglesia. Y las cofradías los son; son papones y son Iglesia.