Es un juego que no funciona, por lo menos en mi caso. Proponerte dedicar la primera columna del año a la primera noticia que leas, creyendo siempre que estas fechas garantizan que sea algo divertido, amable o mágico y acabe siendo un fiasco. La búsqueda de hace un año me lleva a la nada, a un quirófano donde no te importa más noticia que tu propia vida y al silencio de una columna ausente durante meses. Retrocediendo dos años, la titulada ‘Cristales rotos’ fue demasiado amarga para tales fechas, escrita mientras Rita y sus dos pequeños se iban con el Año, cielo arriba, y mi barrio lloraba la tragedia a lágrima viva. Tengo que retroceder al enero del 2021 para encontrar algo divertido, o eso creí en aquel momento. Digo en aquel momento porque pronto perdió la gracia el asunto de aquella columna enfocada desde el humor. Ni una ciudad paralizada por sesenta centímetros de nieve, ni un asalto al Capitolio son graciosos en el fondo, pero pueden serlo en la forma si sus dirigentes (una dirigenta y el ‘chamán de Qanon’ disfrazado de bisonte) lo convierten en esperpéntico y nos dan motivos para unas risas.
Si, con la seguridad que inspira la distancia y olvidando que la globalización consigue que la lluvia del otro extremo del mundo te salpique los zapatos, me resultó bastante cómico aquel grupo de manifestantes tomando el Capitolio, ayer hizo tres años, tras varios intentos de su jefe, el señor Trump, de anular los resultados de unas elecciones por un supuesto fraude electoral. Fraude que ya andaba pregonando antes de contarse el primer voto. Imposible ver ahora la gracia de aquel enfrentamiento con tiroteo, gases de humo y ambiente bélico que se llevó cuatro vidas por delante mientras Trump decía a los energúmenos que se recogiesen ya y que «ellos eran el partido del orden y la ley… Ellos eran los patriotas… y los amaba mucho».
Hoy he sido reincidente. Buscando la primera noticia del 2024 me he estrellado con algo tan triste como preocupante y hasta en la fecha se parece demasiado a aquella lluvia de Estados Unidos que aparentaba ser lejana cuando ya nos calaba los zapatos. «Tras las campanadas, dos manifestantes colgaron una piñata gigante del golpista Pedro Sánchez que había pasado los habituales controles policiales en las entradas a Ferraz rellena de turrones para golpearla. Fin de la historia». Esa fue la noticia. Con este mensaje en las redes sociales la ultraderecha más joven resumió su forma de celebrar la Nochevieja en un ambiente ‘reivindicativo’. Una piñata, lo han llamado. Libertad de expresión, lo llaman otros. Y en un intento de aliviar la noticia, como si hubiera consuelo para que un solo joven odie de esa manera y empiece el año simulando el linchamiento de nadie, nos dicen que apenas eran trescientos en semejante algarada, retransmitida en directo a través de YouTube. Trescientas personas son un mundo si son trescientos nidos de odio o trescientos focos de infección. Ver a un hombre apalear un muñeco con ese ensañamiento y rabia mientras grita disparates como «Toma justicia del pueblo, bolchevique» a estas alturas de la historia, hace retroceder a uno de un brinco, sentir miedo y un picor en la memoria muy desagradable. Libertad de expresión, repiten. Unas elecciones, unos resultados no asumidos, una retórica violenta, ataque permanente ante la sede de un partido político, disturbios, manifestaciones, charangas y negacionismo, hasta acabar simulando un linchamiento… Uno tiene la impresión de que esta película está plagiada. Qué lástima, que esa gente en vez de atragantarse con uvas y risas, rompiendo copas de la fuerza con la que brindan por el Nuevo Año, lo ensucien sin haberlo estrenado siquiera, dejando imágenes tan vergonzosas para cualquier persona con sentido común y memoria de nuestra historia. Que alguien salga a limpiar la fachada del nuevo año y dejen de llamar libertad a las cañitas y al odio. Si de verdad esto es libertad de expresión, estamos siendo libres ‘de expresión’ por encima de nuestras posibilidades y si el odio es lo único que tiene cierta gente para despedir y recibir un año, son más dignos de lástima que de otra cosa, pero asustan.
Empieza a preocupar demasiado la actitud y los desvaríos de algunos líderes políticos salpicados por el mundo y su agotadora y tóxica labor durante años. Empezaron convirtiendo en trinchera el parlamento lanzándose insultos de una bancada a otra, fueron envenenando las calles con su fanatismo y han acabado rompiendo la calma de los que solo quieren vivir tranquilos. Deberían disculparse con los que tanto lucharon por la Paz y consiguieron mantenerla a base de discreción y silencios. Con lo que les costó a ellos olvidar la maldita guerra y recuperar la calma. Con lo que les costó borrar ciertas palabras de su memoria a base de callarlas, para tener que oírlas de nuevo.
En ninguna Navidad, que yo recuerde, se usó tanto la palabra Paz para felicitar las fiestas, quizá porque nunca la vimos tan en peligro, dentro y fuera de nuestras fronteras.