Réquiem por un campesino español’ es una novela corta que Ramón J. Sender escribió en su exilio mexicano. Cuenta las andanzas que ocurren en un pueblo, cualquier pueblo, de la España de principios del siglo XX. No voy a destripar (los pijos lo llaman ‘spoiler’) el argumento, porque no me da la gana, a parte de que es una de las obras que menos me gustan de don Ramón. Pero viene que ni al pelo para comprender lo que está pasando estos días con la gente del ‘agro’ en media Europa.
Seguimos otra semana más con los agricultores ocupando las calles y las carreteras y se vislumbra que van a estar mucho más tiempo haciéndolo..., o deberían. Dejando a un lado las declaraciones de los ministros y de sus orates (que no se sabe quién es peor y dice más chorradas), buena parte de la sociedad está enterándose de las miserias que soportan los labradores y los ganaderos. Pero las comprenden poco, porque, si lo hicieran, saldrían ellos mismos a protestar en un acto de solidaridad del todo necesario.
Los agricultores de media Europa están hasta la peineta de que la Unión Europea y de sus Gobiernos y de que les acusen de ser «terroristas medioambientales», enemigos de la ‘madre tierra’. Es lo mismo que le ocurría a don Miguel Delibes cuando unos indocumentados que no habían pisado un páramo o un bosque en su vida llamaban asesinos a los cazadores. Don Miguel sabía, porque lo había mamado desde pequeño, que los ecologistas fetén, los auténticos, eran los cazadores, mayormente porque conocían el campo como ningún apesebrado de salón lo podrá conocer en su vida. Es cierto que entre los cazadores había, hay y habrá verdaderos asesinos, escopeteros ávidos de sangre; pero eran, son y serán una minoría a la que hay que perseguir, qué para eso están los ‘picoletos’.
Jared Diamond, en uno de sus libros, cuenta como estando en Papúa Nueva Guinea, en las montañas más altas de la isla, se quedaron sin comida. Uno de sus acompañantes, nativo de la región, salió del campamento a buscar comida. Apareció, al rato, con varios kilos de setas de aspecto dudoso. Él dijo que no comería aquello, porque en Estados Unidos todos los años se producían cientos de muertes por causa de las setas venenosas. Se armó Troya...; el neoguineano se puso hecho un basilisco porque él sabía lo que había recogido y, además, es que sabía que era sabrosísimo. Sólo a un yanqui estúpido se le ocurriría recoger setas venenosas y zamparlas. Pues algo parecido se produce cuando a un agricultor, que lleva toda la vida sembrando cebada, trigo, menta, maíz o tomates, le llega un funcionario que no ha pisado una tierra de cultivo jamás y le dice cómo tiene que hacerlo.
No; la mayoría de los labradores y los ganaderos no sulfatan con productos prohibidos y que saben que pueden causar males mucho mayores; ni inyectan a las vacas hormonas para que den más leche, ni dan de mamar a los jatos o a los corderos complejos vitamínicos, como si fuesen urbanitas carne de gimnasio..., porque si lo hacen saben que acabarán en Mansilla y eso no le gusta a nadie. Eso es lo que barruntan los de Bruselas, los de Madrid o los de Valladolor. Ya se sabe: piensa el ladrón que todos son de su condición.
Uno siempre estuvo en contra del ‘globalismo’, porque es un error de principio. Qué un cordero de Nueva Zelanda cueste, después de criado, sacrificado y transportado hasta Europa, menos que uno criado en Baltanás, en Bermillo de Sayago o en Vegas del Condado es para hacérselo mirar por el mejor loquero del viejo reino. Además, que los que lo compran (normalmente habitantes de la ciudad), traguen con ello olvidándose de toda la energía que se ha consumido hasta lograrlo, es desesperante y no lo entiende ni el ‘econotonto’ más tonto de todo el universo. O adquirir en El Corte ese cerezas en octubre o fresas en Navidad.... Pero la Unión no ceja en su empeño de joder a los que andan en tractor, como si ellos fueran los culpables del cambio climático, del deshielo del Ártico o de los terremotos en Japón o en Chile. Ya está bien, hombre, ya está bien. Además, uno empieza a estar harto de cómo se pone el personal porque corten carreteras o autovías. Los mineros, los transportistas, los del metal y hasta los funcionarios lo han hecho cientos de veces y nadie protestaba. «¡Pobres!, si es que les están dejando sin oficio»... Pues ahora, camaradas, ocurre lo mismo y ponemos el grito en el cielo porque no dan cuenta de sus actos al Gobierno Civil. Qué les den, camaradas, que les den...
Europa, desde hace cincuenta años, pretende que los agricultores y los ganaderos desaparezcan; firma convenios con muchos países a cambio de no se sabe qué y así nos va. Mi padre era agricultor y ganadero (como todos los de mi pueblo), y entregaba la leche a Lácteas San Vicente, que a cambio le pagaba el litro a setenta pesetas. Esto ocurrió hace cuarenta años... Hoy, esa misma empresa, paga el litro a sesenta y pico céntimos... Si echamos la cuenta de lo que ha subido la inflación y todas esas bobadas, entenderéis porqué tener vacas es un negocio ruinoso..., pero nos da igual. Salud y anarquía.