Así tituló su afamado libro de 1902 el valenciano Vicente Blasco Ibañez, y así podrían titularse los reportajes sobre la zona destrozada por la Dana y que nos lleva a todos «por el camino de la amargura» pues sólo con verlas «se nos ponen los pelos de punta» Pero es a los afectados a quienes «ha destrozado la vida». Por eso es por lo que debemos centrarnos en ellos, tratando de comprenderlos y ayudarlos.
Lo singular de esta catástrofe es que, por ser natural,no puede achacársele a nadie. No hay causantes responsables, culpables o no culpables. Al contrario de aquella tragedia del pantano de Vegamián, que expulsó de sus casas a cientos de nuestros paisanos, a los que dedicó su grandioso libro de 2015: ‘Distintas formas de mirar el agua’ nuestro Julio Llamazares. Allí, entre otras cosas escribe: «La gente no sabe muchas veces lo que debajo del agua se oculta» entrando al fondo del asunto pues no solo se pierden cosas materiales más o menos recuperables. Y como conclusión que saca, podría ser esta: «No puedes regresar a un lugar del que nunca te fuiste»
Ante el desastre natural, y ante el sufrimiento humano, caben muchas posturas; desde la que tan solo tiene en cuenta lo material, restituible al fin y al cabo; hasta la que profundiza en los sentimientos de los afectados. Nuestro poeta berciano Juan Carlos Mestre, en su ‘Antífona’ escribe «poco es lo que puede hacer un hombre con las migas de la piedad» y con ello «da en el clavo» puesto que la piedad es un concepto antiguo difícil de adecuar a la modernidad, en la que las imágenes superan toda posibilidad de reducir los desastres a meras formas espirituales.
Dos formas distintas de mirar el barro fueron las del presidente Sánchez, y el Rey Felipe VI en su visita al lugar. El uno «salió pitando» de entre la multitud y se fue a su palacio a decretar millones y millones (que no son suyos) de ayudas; y el otro soportó las empellones y el barro (lo mismo que la Reina Leticia) para escuchar las quejas de los jóvenes afectados que gritaban y que terminaban por abrazarse al Rey en un acto de reconocimiento y de sentimientos impagables.
¿Uno temió por su vida y el otro no? ¿Uno se dio cuenta del error de meterse en medio del fango? ¡Ay, el fango! El que creía que el fango lo habían inventado los de la derechona cobarde. Y resultó que era producto de la casualidad y de las fuerzas mismas de la naturaleza implacable. Cañas y barro. Distintas formas de mirar ‘palante’.