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La canción del viento

28/01/2024
 Actualizado a 28/01/2024
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El ritual se repetía cada semana. Una serie de voces −la la la ji ji la la ji− coreaban una canción tirolesa invadiendo la casa. Era como un toque de trompeta ordenando correr hacia la televisión, mientras el coro tirolés cedía espacio a una voz de niña cantándole a su abuelo mil preguntas y promesas. «Abuelito dime tú lo que dice el viento en su canción…» Era una banda sonora tan atrapante como la historia de la pequeña que se nos colaba en casa cada sábado. Llegaba montada sobre una nube o sobre un columpio colgado de la nada, impulsado con tal fuerza por el aire de los Alpes que sus pies aterrizaban contra el cristal de nuestros televisores, mientras un «abuelitoooo –interminable− nunca yo de ti me alejaré» ponía fin a la canción. Para entonces, la familia estaba clavaba en el sofá, inmersa en las andanzas de la pequeña Heidi, que esta semana cumplió medio siglo de edad. 

En realidad, lo que ha cumplido cincuenta años es la serie de dibujos animados japonesa, adelantándose cinco décadas a la fiebre del manga tan actual, siendo precursora del dron, sobrevolándonos montada en una nube. También tenía inventado lo del ‘columpio más grande’ de Cualquier Sitio y se adelantó a Penélope Cruz con aquel «Peeedrooo» que Heidi ya gritaba hacía décadas en los valles alpinos para llamar a su amigo el cabrero. La verdadera Heidi nació en la novela de Johana Spyri, publicada en 1880. Una novela que superó los cincuenta millones de ejemplares vendidos y fue traducida a más de cincuenta idiomas, aunque a nosotros nos llegase en serie de dibujos animados en 1975. Hoy, analizando la serie con otros ojos, detectas todos los problemas actuales y pasados del humano, que siempre son los mismos desde que el mundo es mundo, aunque cambien de escenario y época. 

Heidi no solo cuenta el drama de una niña huérfana que acaba viviendo en los Alpes suizos con un abuelo gruñón y solitario. En esa choza de los Alpes aparecen la soledad y las emociones escondidas del anciano, hasta que la niña se las arranca enganchadas a algún abrazo. Ahí está también la resiliencia, ese palabro tan actual que Heidi llevó a la máxima potencia, contagiando entusiasmo a todo el que la rodeaba y aceptando lo que la vida le dio, a pesar de ser huérfana desde que tenía un año y criada con su tía que sufre otro problema concatenado al suyo, tan antiguo como la vida, pero con nombre nuevo: conciliación familiar. Esta es la causa por la que la joven Dete deja a su sobrina con el abuelo en las montañas, para poder aceptar un trabajo en Alemania. Conciliación familiar y emigración se suman en un solo personaje, mientras Heidi convierte en paraíso su nuevo destino, en amigo al cabrero, en abuelo al viejo gruñón y en manjar cualquier fruto del campo, bollo de pan o la leche de cabra recién ordeñada. La vida embellece en sus manos hasta que un mal día, con solo ocho años, es llevada a la ciudad para hacer de dama de compañía de una niña rica llamada Clara. El ambiente urbano y la falta de contacto con la naturaleza la sumen en una tristeza que la niña no soporta y cae enferma de nostalgia. Fue tanta la fuerza de esta serie que su depresión al ser trasladada a la ciudad dio lugar al llamado por los especialistas Síndrome de Heidi o Trastorno de Déficit de Naturaleza, un riesgo al que están expuestos los niños más sumergidos en la tecnología que en los charcos y en los ríos. A la tristeza de Heidi hay que añadir que su nueva amiga Clara era paralítica, para lo que hoy habría que buscar eufemismos y formas de expresión que no ofendan a quien padece el mal. La soledad del abuelo. La conciliación familiar y la emigración de la tía Dete. La vitalidad de la niña apagada por la falta de contacto con el campo hasta acabar sufriendo el síndrome de Heidi. Clara, la amiga paralítica, con su silla de ruedas y barreras tecnológicas tanto en la ciudad como en los montes o la abuela ciega de Pedro, que allí eran simplemente lo que eran porque sólo había montañas, cabras y personas sencillas, no existían para palabras para disimularlo todo y las cosas se llamaban por solo nombre. 

Detrás de lo que pretendió ser un cuento infantil para entretener a un hijo en tiempos bélicos, hubo una mujer llamada Johana Spyri y una historia literaria reconocida por la UNESCO como obra maestra, concediéndole a Heidi su propio espacio en el Registro Internacional de la Memoria del Mundo de la Unesco. Un libro de 1880 en el que se esconden los mismos problemas vigentes hoy y con las mismas soluciones: el abuelo mudándose al pueblo para escolarizar a la niña acabó con el problema. Detrás del éxito estaba Johana Spyri, su canto a la nostalgia, a la resiliencia, a la emigración, a la discapacidad, a la conciliación familiar de una joven y la soledad de un viejo curada con la orfandad de una niña que lleva décadas preguntándole qué dice el viento en su canción. Y el abuelo no contesta porque la respuesta la tiene el viento y, pasen los siglos que pasen, siempre canta lo mismo porque el humano arrastra la misma historia. 

 

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