En el sur de la provincia de León, lindando ya con la de Zamora, se encuentra Alija del Infantado, una localidad que merece la pena visitar por su castillo-palacio, por sus iglesias, por sus tradiciones –los ‘Jurrus’, por ejemplo, son uno de esos ‘antruejos’, mascaradas de invierno, cuyo origen se pierde en el tiempo–, por su ‘Bosque Mágico’…; pero esta vez te quiero hablar de una fuente de aguas minero-medicinales, que oficialmente se llama de San Ignacio –así figura, al menos, en una placa–, pero que en Alija todo el mundo conoce, sencillamente, como el Caño. Si tienes ocasión, no dejes de acercarte.
Se encuentra en la parte alta del pueblo –desde allí hay muy buenas vistas–, y ya en el siglo XIX se habla de sus propiedades minero-medicinales. A finales de la década de 2000 concluyó una importante reforma –antes había una pila para lavar, y también un pequeño estanque; y con su agua se regaban huertas– que había comenzado en la de 1990, y que fue merecedora del Premio de Turismo de Castilla y León en 1994. Su impulsor fue el entonces alcalde, José Antonio Prieto, que me contaba, entre otras cosas, que incluso llegó a haber algún proyecto empresarial que planteaba embotellar agua o construir un hotel-balneario, aunque finalmente no fructificó, como tampoco fue posible su unión con la calle de las bodegas y con otros miradores.
Distintas esculturas –unos leones, una aguadora… o una Niké de Samotracia, entre otras– adornan el Caño en un entorno en el que domina la piedra. Una placa de metal deja bien claras las bondades de esa agua: «Indicada para aparato digestivo, obesidad, vías renales, consumo de mesa», así como algunos datos de su análisis, que fue realizado en su momento por la Universidad de León. Y, a su lado, en una suerte de cueva, realizada ex novo, se encuentra una pequeña imagen de la Virgen que recuerda a las de época románica. «Ofrendas a la Virgen. Para que nos bendiga con estas aguas y cuide nuestra salud», se puede leer a la entrada. Que así sea.