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Cantó y la función pública

04/07/2021
 Actualizado a 04/07/2021
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Entre otros motivos, la figura del funcionario acabó por zafarse de la cesantía y alcanzó su apetecida estabilidad laboral para contrapesar las arbitrariedades de los gobernantes en una sociedad democrática y de derecho. Si alguien circunstancialmente en el poder pretendía tal o cual medida que contravenía normas o menoscababa lo común, la función pública debía recordarle e, incluso, obstaculizar la ejecución de ese atropello. En ese sentido conforman un difuso pero extendido poder del que Montesquieu habló menos, el administrativo. Cuando un político bisoño alcanza el mando a poco se percata de la importancia de esa herramienta y contrapeso, pues mucha de la maquinaria administrativa está diseñada para contener sus ansias de cambiarlo todo. Para bien y para mal. Para bien porque limita su autoridad y capricho, para mal porque puede lastrar la voluntad popular.

A los funcionarios se les achacan muchos males, vituperarles es un lugar común. Sin embargo, los momentos difíciles silencian la sátira y, por otro lado, es claro que funcionario puede ser cualquiera, porque no son herencias o privilegios, sino que la selección de sus puestos se realiza con igualdad y por mérito y capacidad.

Eso está cambiando. Muchos gobiernos, del ámbito territorial que sea, están desmantelando la función pública por varios procedimientos destinados todos a limitar las capacidades e independencia del funcionario público. Uno de ellos es la interinidad. Otro, la designación libre. El más grave, la construcción de una administración paralela basada en clientelismo y nepotismo. Una administración B repleta de contratados a dedo o con procedimientos de ‘baja intensidad’ con escasas publicidad e imparcialidad, donde se instala un contingente de empleados cuyo agradecimiento debe manifestarse cuando haya necesidad de ello, que decía don Vito. De ahí tanta fundación pública, tanto chiringuito y de ahí tanto Toni Cantó.

El tal Cantó es otro síntoma, no una rareza. Cuando Ayuso, que, como suele pasar con los ganadores de unas elecciones, y más en la derecha montaraz de este país, en vez de pilotar la administración toma posesión de la misma para su propio servicio y recela de su cometido, decide colocar a un señor sin formación o experiencia significada en un puesto de nuevo cuño cuyo salario supera el de cualquier funcionario y este se vanagloria de que él será el único gasto de esa ‘oficina’, se revelan varios mecanismos mentales alarmantes y extendidos: el dinero de los ciudadanos es mío, hago con él lo que quiero y si me apetece colocar a los amigos con una prebenda en la que no tendrán que hacer más que asistir a algún acto que también pagará ese mismo dinero, pues lo hago. Que ningún funcionario o la administración puedan hacer nada al respecto es otro objetivo o componente de esa decisión. Solo podrán hacerlo los ciudadanos con sus votos cuando toque votar. En libertad.
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