Hay un mecanismo en la memoria que cambia las caras de las personas en nuestros recuerdos. Es decir, que cuando nos acordamos de alguien, el primer rostro que se nos viene a la cabeza es el de otra persona con un leve parecido pero que, en el fondo, no tiene nada que ver. Una asociación bastante libre que intercambia las fichas en el archivo de la remembranza.
Pienso en Juanma e inmediatamente se me aparece con el semblante de Carlos. O alguien me cuenta algo de Mónica y se materializa en mi cerebro Noelia. Son seres alejados en el tiempo y en el espacio, que un observador neutral diría que nada tienen en común. Y, sin embargo, ahí están, irremediablemente unidos.
Eso lleva a reflexionar, primero, sobre los dispositivos mentales que han hecho posible esa asociación: ¿Será acaso que ambos son andaluces y el acento de uno me lleva al otro? ¿O se trata, sencillamente, de que una y otra son las dos únicas personas que he tratado que llevasen ese corte de pelo?
También te arrastra en una serie de recuerdos entrelazados. La aparición conlleva un ‘Qué habrá (o habría) sido de’ que a su vez deviene en otros, y de repente te encuentras de nuevo en 1996 o en 2009. Preguntándote por errores que no se pueden enmendar y decisiones de efectos insospechados.
Se compara la memoria con un laberinto y es una imagen muy oportuna y que no se desgasta. Pero esa metáfora se olvida de este otro componente adhesivo de los recuerdos que vienen en parejas. Una duplicidad que apunta a muchos aspectos de la vida, desde la búsqueda que hacemos de nuestro pasado a través de nuestras parejas a los odios inexplicables que nos llenan de amargura. De dos en dos.
En mi caso, el hecho de que mi retentiva modifique la fisionomía de las personas tiene algo de venganza. Es decir, que tu jeta, que no me gusta nada o me evoca malos momentos, queda oculta por este otro rostro, tal vez de una persona mejor. Actúa a modo de pantalla protectora contra la materialización del ser humano no deseado. Éste permanece en un segundo término, y hay que hacer un esfuerzo extra para quitar la máscara ajena y que se dibujen los rasgos reales.
Seguramente yo también estaré ocultado en las memorias ajenas. Sepultado por capas de vidas que no son la mía y que protegen a quien me conserva en su interior. Es probable que se desee olvidarme, no por arrogarme una importancia que no tengo. A veces, simplemente, ocupamos un espacio innecesario en el registro cerebral de la gente.