Siempre que llegan estas fechas, en las que se celebra el carnaval con la alegría que proporciona ‘el ser otro’ durante unos días sin que a nadie le parezca mal, me vienen a la memoria aquellos años en los que cualquier celebración se disfrutaba al máximo, si bien, dentro de el orden que la autoridad del momento establecía.
Cualquier disfraz era bienvenido siempre que la economía lo permitiera. Lo más socorrido era el cambio de sexo, mayoritariamente por parte del género masculino, siempre que la persona fuera fácilmente identificada. En los chicos lo socorrido, y barato, era el pintarte un bigote con un corcho quemado o ir vestido con alguna prenda de la hermana o madre, entre más estrambótico mejor. El caso era llamar la atención suscitando unas risas entre los demás. Las mascaras que te cubrieran el rostro para no ser identificado, creo recordar que no estaba permitido. En cualquier caso los disfraces o caretas solían ser asequibles a la disponibilidad que por entonces manejábamos. Siempre me vienen a la memoria aquellas caretas de papel sujetadas por una goma que representaban un indio, un pirata, un jicho o un payaso y con un precio de una peseta de entonces que podías adquirir en el famoso Maragato o en los quioscos del barrio.
En cualquier caso los disfraces eran de lo más discretos que se podían llevar. Digo esto porque al coincidir el martes de carnaval con la publicación de mi columna en este medio, afloran los recuerdos. Otra cosa que siempre se agradece es el disfrutar de unos días sin clase para los estudiantes y, de esta forma, poder lucir el palmito en grupo.
Sobre esto no puedo dejar en el tintero (o en el ordenador) la disparidad de disfraces de unos lugares a otros. Cuando uno comenta los disfraces que, con escasa ropa, lucen en lugares como el Río de Janeiro o en nuestras Islas Canarias moviendo las caderas al ritmo de la samba o la bossa nova, sin establecer comparaciones con los disfraces de abrigo que por aquí se llevan, piensas a ver quienes son las valientes que, en días como el pasado sábado, con una climatología propia del lugar, salen en la cabalgata mostrando carne en lugar de los socorridos trajes de osos o de cualquier otro animal que te cobije mientras llevas alegría a las gente de todo tipo que, desde las aceras, aguantamos estoicamente el frío contagiándonos de la alegría que la mencionada cabalgata desprende.
Después, es decir hoy por la tarde y noche la fiesta seguirá, aunque las verdaderas carnavaladas se pueden apreciar durante todo el año y a cara descubierta. Y como dice el refrán, a cantar, que el que canta su mal espanta y además no cuesta.