24/05/2024
 Actualizado a 24/05/2024
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La democracia está en peligro. Ya no sólo en nuestro país, sino en prácticamente cualquier país del mundo que no sea ya una dictadura o una falsa democracia totalitaria, porque votar no significa necesariamente una democracia.

El mundo se encabrona periódicamente hasta que terminamos dándonos de garrotazos. En ocasiones son los nacionalismos, otras veces la religión, otras la raza o etnia, en ocasiones el estatus social o económico... y más recientemente, incluso la condición sexual o comer o no carne, se utilizan como excusa para hacer bandos, marcar a unos y otros como buenos o malos y dar carnets de demócratas a los que piensan como tú y tachar de fascista al que discrepa.

En España no nos pilla por sorpresa porque, realmente, siempre hemos convivido con ese enfrentamiento de las dos Españas, aunque sí que es cierto que, en ocasiones, este enfrentamiento se ha calmado un poco. Ocasiones que suelen coincidir, por cierto, con épocas de bonanza económica, aunque no les sabría decir si es causa o consecuencia una cosa o la otra.

El caso es que parte de la clase política, consciente de esta polarización de la sociedad, en lugar de intentar apaciguar los ánimos, los agita para buscar su propio beneficio electoral. Los ciudadanos como herramienta para el poder, en lugar del poder como herramienta para el ciudadano. Esta falta de escrúpulos se recrudece aún más, si cabe, en época electoral y se buscan mensajes de miedo y odio para intentar separar aún más a los supuestos bandos que esos políticos sin escrúpulos se han empeñado en crear.

Es imposible que nuestro país prospere cuando, a los que no piensan como el Gobierno, se les tache de fascista y se les niegue simplemente la capacidad de pensar y expresarse. La fórmula de esos intransigentes que llaman fascista a todo pichichi es sencilla y viene a ser algo así como: «yo soy super demócrata y súper ‘cool’, defiendo los derechos de otros ciudadanos demócratas, pero yo digo quién es y quién no es demócrata, por lo que cualquiera que no piense como yo, ya no es demócrata y le intento expulsar del mismo juego democrático que yo mismo he adulterado». Simple, pueril, pero eficaz, por lo que se ve.

En estos momentos, ante las elecciones europeas que tendremos en un par de semanas, si ese gobernante populista agita la bandera de la lucha contra los «fascistas», que para ellos son ya más de la mitad de los españoles, por un lado, moviliza el voto de sus más cafeteros, y por el otro, empuja al votante de centro derecha a subir también el tono y posicionar su voto hacia la derecha, con lo que, fragmentando el voto de lo que para él son fachillas y fachorros, consigue perpetuarse en el poder. Plan redondo.

Y ante eso ¿qué podemos hacer? Tener personalidad, ideas claras y cero complejos. No eres facha por no pensar como ellos, no tienes que comprar su discurso, puedes decir lo que piensas sin miedo a ser etiquetado… Hay que dar la batalla por las ideas, porque yo defenderé que tú puedas dar la batalla por las tuyas.

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