Queridos presidentes, saliente y entrante:
Parece ser que no me invitáis a la toma de posesión de la nueva presidenta porque no contesté a aquella carta vuestra y no pedí perdón. Detecto rencor. ¿Pero cómo voy a pedir perdón si yo no he hecho nada? Sinceramente, pensaba que la carta era para vosotros, para tiraros el pisto (perdona la expresión pero esta carta mía es privada, en confianza). Para haceros los importantes a mi costa. Lo habitual. Los reyes no pedimos perdón. Salvo elefante en cacharrería africana. Mi padre empezó a disculparse y mirad ahora…
Porque, hablemos claro, lo de la conquista fue cosa de otra familia. Esto de los reyes va por familias y la mía cogió este traspaso mucho después. Ya, ya sé que la monarquía, así, como institución, gobernaba entonces pero ahora pinta poquito, apenas voy de un lado a otro firmando lo que me ponen delante y dando la mano a niños y grandes. Aparte apagar los fuegos de un padre pirómano. Esto ya no es lo que fue.
¿Cómo voy a disculparme por asuntos de hace medio milenio? Eso lo hacen los curas y el papa, que tratan de eternidades y viven de disculparse y hacerse los benditos cuando ya no importa. Que se lo digan a Bruno, a Galileo, a tantos.
Y otra cosilla importante, lo de las conquistas, las guerras y la opresión. Todos los pueblos del mundo tienen detrás un montón, en especial los imperios. Como los aztecas, por cierto. ¿Habéis pedido disculpas en su nombre o eso no? Es una argucia muy vista pedir cuentas a otro y poner el foco hacia lo ajeno. Hacerse la víctima, vaya. Claro que si hablamos de víctimas, la peor herencia que dejamos –es una opinión extraoficial– fue la caterva de criollos que han mandado allí desde la independencia, con ínfulas de tirano y populismos de salón. Vuestros abuelos, presidentes, no los míos.
Puestos a sincerarse ¿quién no se avergonzaría de aquellas matanzas, de aquellas tiranías y esclavitudes? Por supuesto. Discutirlas es justificarlas. Pero pedir perdón no sirve de mucho porque compromete a nada. Es cosa de un día y punto. Ceremonias, gestos: cosa de reyes y mandatarios. Lo importante para la gente, digo yo, para la de aquí y la de allí, es reconocerlas. Y reconociéndolas, evitarlas. ¿Las evitáis allí y ahora, presidentes? ¿Podemos hacer algo para que no sucedan entre nosotros los vivos?
Tanta atención al pasado resulta algo paradójica. Fijaos, cuando se ha montado todo este lío ¿sabéis dónde estaba yo? En el Museo Dalí. Surrealista. ¿Coincidencia? Os confieso: lo que me sobra son actos y protocolos. Cruzar el charco, vestirse de largo con chapas y todo, venga a estrechar manos, me da enorme pereza. Voy porque por eso me pagan, por los posados. Si no invitáis no me voy a enfadar. No tengo derecho. Y tampoco me voy a colar en la fiesta, como uno de Mecano. ¿Notáis la referencia malévola? Sin enfados. Eso sí, puesto que no voy a la toma de posesión, yo no os invitaré a la próxima coronación. Hala. Que también yo soy gracioso. Y campechano.