Septiembre es un mes no poco melancólico; tras esos paraísos veraniegos y vacacionales, que habíamos protegido con la sombrilla de la duración, supone siempre una vuelta a la normalidad, un regreso, ay, a lo consabido, a la dura y costosa tarea del trabajo, de sacar la familia adelante y de ir haciendo de la vida algo que merezca la pena.
Pero es, al tiempo, un mes fascinante, marcado por celebraciones que hunden sus raíces en un sustrato campesino que, atravesando lo cristiano como marco en el que se inscriben, se prolongan hacia sustratos muy antiguos, marcados por ritualidades cuyo sentido se nos escapa en no pocos momentos.
Dos son los ejes fundamentales en los que podemos inscribir esas cartografías que nos trae este mes: el día ocho, como fiesta de la natividad de la Virgen, celebrada a lo largo y ancho de la provincia bajo muy diversas advocaciones marianas; y el día catorce en que, bajo la advocación de la Exaltación de la Santa Cruz, se celebran no pocas fiestas y romerías de distintas advocaciones de Cristo en la cruz, venerado en muy diversas ermitas y santuarios.
Ambas son fiestas de gran raigambre devocional campesina. El antropólogo William Christian utiliza un concepto muy útil para definir la mayor o menor importancia de un santuario o ermita, que él denomina ‘territorio de gracia’, que vendría a ser el ámbito geográfico devocional que alcanza cada uno de ellos.
Cuanto más amplio es el territorio de gracia de una ermita o de un santuario, mayor es su importancia, pues alcanza a una mayor cantidad de lugares y de pueblos que le guardan devoción a las imágenes en ellos veneradas.
Cuántas advocaciones marianas celebran sus fiestas en septiembre. Nos acude, enseguida, la de la Virgen de la Encina en Ponferrada, considerada como patrona del Bierzo. Pero tendríamos que fijarnos en otras advocaciones que, sin tanto renombre, también celebran fiestas entrañables.
Vayamos, por ejemplo, a los Picos de Europa, al hondo valle de Valdeón, donde los ocho pueblos que lo constituyen veneran y celebran, por estas fechas, a la Virgen de Corona, en una romería y procesión que nos dejó en su momento impresionados.
¿Y en cuanto a fiestas de Cristo crucificado, qué ejemplos podríamos traer a colación? Nos surgen enseguida la del Cristo de Tabuyo del Monte, con su imponente santuario, visible desde larga distancia, con su elevadísima torre, y su antigua fuente junto a la edificación.
No dejemos, sin embargo, a modo de mero ejemplo, dejar de citar alguna otra fiesta del Cristo de algún lugar más recóndito. Así, podríamos desplazarnos a Garfín de Rueda, donde también tienen su Cristo crucificado al que celebran su fiesta correspondiente cuando septiembre va a mediar.
Cartografías de septiembre. A lo largo y ancho de la provincia, las fiestas de la Virgen y del Cristo, bajo múltiples advocaciones, veneradas en iglesias, santuarios y ermitas, constituyen una buena vía de conocimiento para ver cómo nuestras gentes campesinas celebran, pues la celebración es una de las vías privilegiadas (como los trabajos constituyen otra) para conocer la identidad de los pueblos.