10/04/2024
 Actualizado a 10/04/2024
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Tengo recuerdos muy nítidos de mi primer colegio en León, Las Teresianas. En el recreo contábamos historias de fantasmas alrededor de los restos de un castillo que en su día había sido de Doña Urraca y que la institución protegía de la curiosidad de los alumnos creando alrededor un aura de leyenda. También jugábamos al pilla-pilla. Ya entonces teníamos claro el concepto de ‘casa’ que era ese lugar en el que ningún miembro del equipo contrario podía entrar. Tocar con la punta de los dedos esa frontera te garantizaba estar a salvo. Al apurar las últimas fuerzas para traspasar la línea de protección éramos Armstrong poniendo un pie en la luna, éramos Magallanes atracando en Sevilla, éramos un villano que huía de la justicia y que quería ser juzgado por los suyos. Ambos equipos respetábamos las reglas porque sin normas no había juego. 

Ese aprendizaje temprano, que nos inculcaron también en relaciones personales y familiares, es algo que hemos continuado usando a lo largo de la vida, son una serie de acuerdos que se concretan tanto en lo más cotidiano como en las relaciones entre Estados. Tomamos un café por la mañana y no mojamos nuestros churros en el café del cliente de al lado. Entendemos que necesitar algo no implica cogerlo directamente porque existe el concepto de propiedad privada, de frontera, de soberanía. Comprendemos que no podemos masacrar a toda la comunidad de vecinos porque uno nos caiga gordo, o descerrajar unos tiros al taxista que nos dio tres vueltas de más. En disputas diversas, por muy injusto que nos parezca lo que sufrimos, nos ponemos en manos de los Tribunales y no hacemos justicia como nos pediría el cuerpo. Hemos tardado siglos en asentar los conceptos de pacto social, democracia y estado de bienestar. Todos sabemos que romper las reglas legitima al resto para hacer lo mismo y transformar la convivencia en guerra. 

Lamentablemente, hay quien decide ir por libre. Como el abusador de la clase o el chulo del pueblo. Y la situación actual está empezando a darnos ejemplos lamentables de hacer lo que a cada uno le sale de las narices. La invasión de Ucrania, el castigo sostenido y colectivo a la población civil de Gaza y los recientes ataques a sedes diplomáticas, tanto el bombardeo al consulado de Irán en Damasco como el asalto a la embajada de México en Quito, son rupturas de múltiples pactos de Derecho Internacional. Hasta un niño que juega al pilla-pilla lo comprendería. Son ataques directos al Derecho Humanitario Internacional, a la paz y a la seguridad de toda la comunidad. 

Y yo me pregunto a qué estamos esperando para expulsar del juego a quien no cumple las reglas pactadas por la mayoría. Y no quiero entrar en razones o motivos de fondo, porque deliberadamente quiero poner el foco en este primer paso, que es condición sine qua non para que se tomen decisiones ponderadas y justas. 

Si eliminamos el elemento ‘Casa’ en este pacto de todos, no habrá lugar seguro para nadie.

 

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