14/11/2020
 Actualizado a 14/11/2020
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Fue hace ya unos cuantos años. Tantos, que me hacen dudar de si pasó. Aquel fin de curso no finalizó como se había proyectado unos meses antes, y como estaba prácticamente perdido, decidí probar los placeres de la hormigonera asesina en los meses de verano. Total, pensé, el riesgo era mínimo y en septiembre podría sumar una cantidad importante de dinero, que bien administrada y estirada podría durarme todo el curso siguiente.

Ese verano en mí supuso un espabilamiento de grandes proporciones, una gran dosis de realidad, o como dirían los profesionales de la psicopedagogía: el despertar de una maduración tardía.

El mejor master del universo, una creación de sinergias interminables que tumbaba todas las chorradas de la psicología positiva. A algún ‘coaching’ de esos que dicen dejarlo todo y que se tiran de helicópteros me hubiera gustado ver.

Entre las muchas cosas que aprendí, hubo una que fue la principal, la que destacó. Y no fue otra que la de tener claro que aquello no me gustaba y que si en verano, aquello se ponía cuesta arriba, no quería ni imaginarme en invierno.

Algo parecido a aquel voluntario de la División Azul, que tras coger eufórico el tren y parar en Burgos para hacer un descanso, bajó con otro amigo a fumar un cigarrillo y al sentir el frío, se quedaron allí porque no querían ni imaginarse el que podía hacer en Rusia.

Y allí en Villarrodrigo de las Regueras, cursé dos meses, en la restauración de la iglesia. Tal fue el desgaste, porque aquello no se arreglaba ni con dos tabletas de Redoxon, que no he vuelto a pisar por allí. Bueno miento, alguna vez he preguntado por el alcalde pedáneo cabrón que había por aquellos tiempos, y que se chivaba a Carlos ‘Decolesa’ si nos aliviábamos por un Winston y un clarete con gas.

La Junta de Castilla y León ha decidido adquirir un lote de casetas de obra para hacer más dulces las esperas en los centros de salud.

Casetas de obra como donde me cambiaba el polo Lacoste y los Levi’s etiqueta roja, por el buzo, las botas reglamentarias y el casco con la pegatina de la empresa constructora.

No sé de quien habrá sido la idea, pero pretender descongestionar las colas con unas casetas climatizadas es una autentica charlotada, y una vez más confirma que ni tienen idea de sanidad, ni de la ñapa.

Una caseta para que nuestros padres y abuelos entren como sardinas enlatadas, saltándose la llamada distancia de seguridad y para que compartan jugos y toses. Y este es el Plan de Humanización, que suena a chirigota.
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