Cuando leí ‘El Castillo’, de Kafka, allá por los años 80, una novela en la que se señala, crudamente, la incompetencia de la burocracia para resolver problemas, creí a pies juntillas que aquello era una recreación, una fantasía, una metáfora para describir un sentimiento de impotencia ante el sinsentido que te obliga a actuar condenando al fracaso cualquier acción, lo que venimos llamando: una pesadilla.
Me pareció incluso divertido y transgresor que utilizara «la burocracia de la Administración» como elemento estructural de su narración para dar cuerpo a la angustia vital que genera aspirar a un objetivo, ojo, al que la circunstancia te obliga, y no poder conseguirlo. Así que pensé que Kafka hablaba de angustia existencial, de terror; nunca pensé que estuviese novelando un hecho objetivo: la necedad del sistema burocrático de la Administración.
‘La hipotética’ metáfora de Kafka tiene cuatro características que la convierten en tremenda: una es que el fin que se persigue es totalmente justo; dos, que te ves obligado a perseguirlo (el mismo sistema que te lo niega, te lo exige); tres, que, teóricamente, la posibilidad de conseguirlo es real; y cuatro, que, sistemáticamente, la burocracia administrativa te impide llegar al objetivo, por más que nos afanemos en seguir sus normas de actuación al pie de la letra.
Cuando leí ‘El Castillo’ era joven e ingenua y la historia que Kafka contaba era una verdad objetiva, pero a mi, en aquel momento, no me cupo en la cabeza que el sistema burocrático, nacido para ser funcional y ofrecer soluciones ordenadas en una sociedad moderna a una ciudadanía moderna, acabara siendo surrealista en inhumano. Kafka nos descubría en su historia que la irracionalidad se había infiltrado en los procedimientos administrativos; una verdad triste, pero certera.
Y para muestra, un botón. Desde hace muchos, muchos años, un pequeño y encantador pueblo del sur de la Montaña Oriental de la provincia de León llamado Castro del Condado tiene la parada del autobús interurbano en la carretera de Santander, una carretera de la Red Nacional que no tiene arcén y en la que no hay parada para el estacionamiento del autobús, así que cuando el autobús para, lo hace en plena carretera. Y eso no es todo, en ese tramo no hay restricción de velocidad así que mientras los usuarios suben y bajan, los coches circulan a 90 kilómetros por hora a escasísima distancia de ellos. Para remate, la parada está en una cuesta pronunciada a continuación de una curva cerrada. ¿A que es de locos?
Por si esto fuera poco, la parada dista un kilómetro del pueblo. Mil metros que el usuario tiene que hacer a pie por una calzada que pertenece también a la Red de Carreteras Nacionales y no tiene ni una sola farola; a la izquierda, tierras de cultivo y a la derecha, el linde de lo que es un precioso monte de roble. Así que, cuando vas o vienes del autobús, el trayecto lo haces con luz de día durante el verano y a oscuras durante el resto del año y siempre ligero de equipaje porque cargar durante un kilómetro con las bolsas de la compra es poco recomendable.
¿No es descabellado tener una parada de autobús en estas condiciones? ¿No es un auténtico atentado a la integridad física de todos los que transitan por la carretera nacional en el momento en el que el autobús tiene que parar para gestionar a sus pasajeros? ¿no es una provocación… casi un delito?
En Castro del Condado, las distintas juntas vecinales y alguna vecina en particular, cada una a su manera, han señalado esta situación en distintas instancias, siempre sin resultado. Hacer seguimiento de esta protesta, dada la poca consistencia de la memoria política, que cada cuatro años se alterna sin dejar rastro de la anterior, no vaya a ser que lo haya hecho mejor, es misión imposible.
A nosotros nos gustaría tener una parada de autobús dentro del pueblo, en la que subirnos y bajarnos no suponga jugarse la vida, literalmente. Que esté a una distancia razonable de nuestras casas para poder tener la opción de ir a hacer la compra a León, o ir a Barrio de Nuestra Señora, a la Fonda Curueño a tomar un café o a comer, o bajar hasta Vegas del Condado a la farmacia y echarnos una charleta con nuestra querida Luisa. Una parada que puedan usar nuestros mayores sin correr riesgos y sin verse expuestos a la intemperie del camino.
Lo que para Kafka es ‘El Castillo’ para Castro del Condado lo son la Consejería de Movilidad y Transformación Digital y el Procurador del Común. Estamos cansados de leer en papelajos con membrete de la Junta de Castilla y León, fecha y firma la frase: «En vías de solución». Hartos de que nos cuenten la milonga de que se toman medidas para paliar que la España rural se quede vaciada. De jugarnos la vida cada vez que tenemos que coger el autobús. De no cogerlo.