Sin ser yo muy ducho en la mitología actual (la semana pasada me enteré de que la virgen María tenía padres ‘registrados’), siempre que visito una ciudad, conocida o desconocida, acabo entrando en sus templos religiosos. Recientemente le tocó el turno a la Capilla de Santa Eulalia, un edificio anexo a la Catedral de Oviedo con una mezcla de estilos arquitectónicos exquisita. Sentado en uno de esos bancos con almohadillas en la tablilla inferior para que los feligreses no se dañen las rodillas, conversaba con una buena amiga sobre las cosas de la vida hasta que entró un joven, tableta en mano, a tocar uno de esos órganos eléctricos que instalan ahora los curas más modernos en sus centros de trabajo.
Ante esa estampa aderezada con música celestial de fondo (el órgano, qué instrumento), mi compañera me comenta que ha conocido a dos personas que votaron a ‘Se acabó la fiesta’ en las últimas elecciones europeas. Me aclara, para mi perplejidad, que uno de ellos lo hizo completamente confundido, pues no conocía ni al «agitador» Alvise Pérez, pero el hecho de que prometiera acabar con los muchos beneficios políticos (de los que ahora él se aprovecha) y lo de querer reventar las administraciones españolas desde dentro fueron motivos suficientes para decidir meter la papeleta de SALF en la urna.
Zanjamos la conversación bromeando sobre la necesidad de tener que rellenar un pequeño examen tipo test antes de poder votar. Ni que fuera saber escribir el nombre de tu candidato (por supuesto en una pantalla digital completamente anónima ubicada dentro de la cabina, lo de la privacidad ya debería estar completamente superado después de todo el revuelo con el ‘pajaporte’).
De toda nuestra homilía, me quedo con el dato socialmente compartido de que en España hay demasiados políticos. Un detalle que se me antoja gracioso si lo confrontamos con el hecho de lo mucho que ha costado encontrar un subdelegado del Gobierno para León. Curiosa es también la cantidad de requisitos que se necesitan para ser ‘sub’ mientras que al ‘dele’ le basta con saber decir lo bueno que es su partido.
Algo más de dos meses fue el tiempo que se necesitó para encontrar un perfil que se quisiera meter en la camisa de once varas que es el Partido Socialista de León (y si me apuran de la Comunidad). Durante la toma de posesión del pasado miércoles todo eran deseos de suerte y bonanza en la nueva etapa que va a recorrer Héctor Alaiz al frente de la Subdelegación, será cuestión de tiempo ver cómo las palabras amables se vuelven dardos afilados.
Destacó Alaiz durante su discurso de investidura el orgullo de ser «cazurro» como seña de identidad leonesa. No pude evitar acordarme de las palabras de Fermín Romero de Torres: «Lo que hace falta en el mundo es más gente mala de verdad y menos cazurros limítrofes».