La gran tragedia de Valencia ha pillado a casi todos por sorpresa. Decimos a casi todos porque uno de mis sobrinos, aficionado a la meteorología, le dijo a su padre, al ver la víspera el tiempo en el telediario: va a morir mucha gente. Y acertó. Se supone que los meteorólogos que dependen del gobierno central, también lo sabían y, sin embargo, el gobierno central no tomó medidas urgentes, como declarar el estado de emergencia y tomar las riendas inmediatamente. Pero es evidente que, aun habiendo dado la voz de alarma con antelación, no se podría haber evitado ni la cantidad de lluvia, ni el fango, ni la ruina en casas, campos e industrias, ni el revoltijo de coches arrastrados por la corriente. Eso sí, se supone que habría menos víctimas mortales, que no es poca cosa. Una sola vida ya merece la pena. Pero el panorama desolador y la ruina económica no lo hubiera impedido nadie, por mucho mensaje que llegara a los móviles. Sería exactamente el mismo.
En todo caso, en cuanto al daño material y en vidas humanas, solamente se podría haber amortiguado si en su momento se hubieran llevado a la práctica determinados proyectos hidrológicos que han sido vetados por negligencia o por un falso ecologismo. De hecho las obras realizadas en tiempos de Franco han seguido dando efectos positivos. Aquí sí que es fácil encontrar culpables: los que por dejadez o ideología no han querido hacer nada.
En medio de este caos, lo más impresentable es el querer sacar rédito político, cuando el dolor y la desolación siguen tan presentes. En España hay verdaderos especialistas en buscar esas ventajas. Recordemos la demagogia de la izquierda en situaciones como la crisis de la colza, el accidente del Prestidge, la guerra de Irak, el atentado del 11 M, la crisis del ébola… No así ante la pandemia, pues no gobernaba la derecha, y nadie rechistaba. Y ahora de nuevo se han lanzado a la calle para exculparse y para obtener un chivo expiatorio: el presidente de la Comunidad Valenciana, como si él fuera la causa de la catástrofe.
Cebarse así sobre una persona es cruel e hipócrita. Si es verdad que el Presidente del Gobierno ha querido escurrir el bulto para cargar todas las culpas en una autonomía que no es de su cuerda, eso sí que es vomitivo e indecente. Y mucha gente cae en la trampa, como en los casos anteriormente mencionados. Por lo demás, ahora realmente lo que importa es la gestión de la catástrofe, el ayudar verdaderamente a restablecer los destrozos materiales y a paliar los emocionales.