El cielo de las cabinas

02/04/2024
 Actualizado a 02/04/2024
Guardar

Deben estar allí, entre nubes juguetonas, encajando en un presente en el que vuelven a tener sentido, haciendo juego desde su azul con el del cielo. Las cabinas merecían llegar allí haciéndoles pasillo y entre aplausos y así lo imagino desde esa despedida nostálgica que entablamos ahora con un agujero en el suelo. Generosas, se quedaron como el buenos días diario, desdibujadas entre graffitis de trazo tonto que solo las veía como una visera en la acera. Pero, dentro aún estaba el recuerdo de un teléfono con alguien esperando del otro lado. ¿Diga? Hola, soy yo. Y, es que, la cabina nos hacía ser.  En su corazón siempre nos guardaba un descuelgue sonoro y unos números aprendidos. Había una cadencia rítmica de la espera a los tres pitidos. Con amor eran cinco, por obligación, se reducían a dos. Y, del otro lado, se hacía la magia al mismo tiempo que una moneda bajaba por el estómago del aparatoso instrumento. Cuántos ‘cuelga tú, no, cuelga tú’, se quedan de este lado del mini metro cuadrado acristalado que se comía los abrazos y las lágrimas bailando con los cuartos. Ponerse tierno coincidía con escuchar un prolongado sonido que advertía de un fin insoportable de la conversación que le teníamos en cuenta. En Flores del Sil consiguieron que la cabina «de la diversidad» se pintara los labios para hablar de equidad, de un 8 M para todos, de Navidades enclaustradas, de discapacidades capacitantes… La cabina recuperaba su papel conversador desde su silencio, dejándose maquillar. Era sonrisa prudente y parada escueta. Ahora es roto de acera, algo que también habla en alto… Y maneja el adiós con sosiego. Da el relevo a sus hermanos pequeños de bolsillo, que despuntaban desde niños. Vivimos colgados dentro de una cabina, cada vez más pequeña en tamaño y más grande en dependencia. Y eso, amiga azul, debería hacerte la despedida más dulce. Te vas al cielo de las cabinas, mirando como sobreviven aquellas a las que se ha sabido leer en el mapa futuro de una ciudad. Un rincón de intercambio cultural cuela, un hueco reivindicativo, tiene peor defensa. Mejor el cielo compartido con Gila, que sabrá hacerte reír a carcajadas de tu final. En pandemia pedías papeles de deseos pegados a tu piel. En tu suelo, ahora solo piedra, pegaremos el último.

Lo más leído