El pasado uno de enero, por la mañana, con sol ese día, cuando abríamos la ventana de nuestro dormitorio, en el prado que está frente a él, tres parejas de cigüeñas trataban de desayunar. Recorrían metódicamente el prado, con sus zancas largas y con esa esbeltez tan elegante, que daba gusto verlas; como si fueran unos Reyes anticipados.
Qué sorpresa. La aparición de las cigüeñas justo en el inicio del año nuevo. Como si tuvieran un sexto sentido para concordarse con el calendario que los humanos nos hemos dado.
Qué desfasado ha quedado el refrán sobre su llegada por San Blas. Hoy ya no rige, como dirían las gentes campesinas más castizas. Pero, ay, qué sería de las torres y espadañas de las iglesias de nuestros pueblos, si se quedaran privadas sin esa presencia.
Porque las cigüeñas, antes que nada, forman parte de ese paisaje de nuestro mundo rural, y del urbano también. Y cómo han excitado, desde antiguo, la imaginación popular, que las ha convertido en protagonistas de algunos cuentos. Al tiempo que aparecen en fórmulas rimadas y en letras de cantares.
«–Cigüeña, reteña, / súbete a la peña, / que allí están tus hijos / pidiéndote pan, / que eres una tuna, / que no se lo das». Dice una fórmula rimada, conocida en no pocos pueblos leoneses. Pero es que estas formulillas tienen no pocas variantes, dependiendo de comarcas y de áreas geográficas.
En algunos casos, llegan a ser matizadas y espectaculares; como esta, que recogiéramos en Santa María del Páramo, hace ya lustros: «–Cigüeña barreña, / la casa se te quema, / los hijos se te van / para Villamañán. / Escribe una carta, / una ‘pa’ Pedro, / otra ‘pa’ Juan / y otra ‘pal’ cura / de Villamañán».
El mundo campesino siempre ha puesto a volar su imaginación y siempre se ha inspirado para sus creaciones verbales en la naturaleza, en el mundo natural; de ahí, la presencia de los animales de todo tipo, desde las aves hasta los reptiles, cuando los observaba y conocía sus costumbres e instintos.
En ocasiones, hasta aparecen también en los refranes las cigüeñas. En Villacidayo, recogíamos uno que tiene un indudable sesgo moral. Está estructurado mediante el diálogo, al modo de pregunta y respuesta. Dice así: «–¿A que no sabes por qué la cigüeña / hace el nido en la torre? / –Porque no hace caso de badajos».
La mañana soleada del pasado primero de enero, las cigüeñas aparecían por vez primera, recién llegadas de los sures misteriosos. Trataban de desayunarse en el prado con limacos, babosas, lombrices y todo tipo de animalillos.
Era como si se sintieran también regidas por algún reloj cósmico al que obedecen sus instintos.