Una semana ha pasado desde que los españoles asistimos a los actos de conmemoración del aniversario de nuestra Constitución. Allí estaban tanto Sánchez como Feijoo dirigiéndose a los medios con naturalidad, como si siempre la hubiesen respetado y no la manipulasen a su antojo según dictasen sus conveniencias.
Nada nuevo bajo el sol, los españoles hemos normalizado que se la salten a la torera, sobre todo el dueño del PSOE, que cada vez recuerda más, en su actitud y en sus actos, a uno de esos emperadores romanos que se sentían invencibles.
Pero frente a su presencia, se advierten otras ausencias. Algunas habituales, como las de quienes están en su contra. Otras extrañas, como la del Rey. Y más clamoroso aún resulta que en París no hubiese representación española en la reapertura de la catedral de Notre Dame. París lleno de jefes de estado y demás representantes, España brillando por su ausencia, pues habían invitado al ministro de Cultura, invitación no transferible, y este declinó el gesto porque tenía que ir al circo con su familia, como si hubiese poco circo en el gobierno. Al no acudir la representación gubernamental, el rey se ve condenado a no asistir, aunque la Casa Real no haya querido buscar trifulca con el caso.
Lunes, funeral oficial para rendir homenaje a los fallecidos en la riada en Valencia. Polémica porque no se invitó a todos los familiares, porque algunos asistentes no quisieron compartir templo con Mazón (sí, sigue ahí) ni con los ministros; por cierto, los políticos entraron y salieron por una puerta lateral, por aquello de evitar abucheos. Los reyes y Juan Roig lo hicieron por la principal entre vítores y aplausos. Sánchez no pudo ir, tampoco asistió al homenaje que se rindió a los asesinados por ETA, en su agenda primó la defensa de la memoria histórica porque en 2025 se cumplen 50 años de la muerte de Franco. El relato de siempre, patadas de ahogado, los fantasmas, la ultraderecha.