Será porque estos días la dama ilusión campa a sus anchas enredándose en los ojos de los niños a través de un festival de magia que cada año trae a la ciudad de León a los mejores magos e ilusionistas del mundo.
O tal vez porque las calles de distintas vecindades se cuajan de familias que pasean entrelazadas buscando quererse algo más que el resto de los días del año, hechizados por la magia de Navidad. Todos sonríen capitaneados por el miembro más pequeño del clan que corretea asombrando, abriendo la boca, extasiado por tanto portento lumínico, buscando en cada rincón, una vuelta de tuerca que le regale un nuevo estímulo para prolongar el asombro.
O será tal vez porque ya decae el año, y comienzan a emerger por arte de abracadabra, viejos propósitos de enmienda que surgen al dictado de un simple chasquido, como aquellos que renovaban todo el atrezo de una mansión encantada en aquel viejo vídeo clip ochentero. Imágenes que lograron el encantamiento cuando descubrí a uno de los nombres de mi vida: un prodigio de fuerza, de alquimia y de energía vital llamado Freddy Mercury, que reinaba cantando ‘It’s a kind of magic’. ‘One dream, one soul, one prize, one goal’.
Un sueño, tal vez rescatado del olvido, que acaso desempolvemos para cumplir de una vez por todas, antes de que nos alcance el tiempo. Un alma gemela o no con el que compartir instantes o amaneceres desde la ventana de algún balcón abierto al infinito, o tal vez, un premio que se nos resista de tan sencillo, como el beso dormido que siempre se queda al borde de los labios, o acaso una meta por conseguir, de esas que siempre quedan orilladas al fondo de un cajón, entre garabatos imposibles que tornamos presto a acallar contagiados por creernos portadores del virus de la mediocridad. Pero te dices: la mediocridad no existe. Todos somos novedad de un modo u otro. Como lo serán cada una de esas campanadas que nos recordarán, como el año que fue, que otro vendrá, y en él los recuerdos seguirán siendo nuestros mejores aliados, porque a ellos sí los podemos evocar sin temor a que nos abandonen. Ojalá sigan regresando para rescatarnos de la desazón por lo perdido.
Será porque hoy es día de santa inocencia, y hay que volver a creer, como cuando tomábamos en las manitas nuestra varita, para hacer cumplir cualquier deseo con tan solo acariciarlo en la mente.
Pues con ella alzada, pido seguir convocando a las palabras para realizar pócimas de esperanza, y que nos sigamos encontrando cada semana en un akelarre de magia blanca que atraiga buenos augurios y de paso llamemos al duende de las cosas para que haga nuevos nuestros ojos en 2025.
Porque, como le decía el mago Albus Dumbledore a Harry Potter en ‘Las reliquias de la muerte’: «Las palabras son, en mí no tan humilde opinión, nuestra más inagotable fuente de magia, capaces de infligir daño y de remediarlo».