Jorge Brugos

Los conciertos de verano

22/07/2024
 Actualizado a 22/07/2024
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Avanza el verano, se acortan los días, transcurre el tiempo a un ritmo frenético intercalando la tediosa parsimonia con la que se desenvuelve julio ante un subconsciente que ya está con el piloto automático, mientras preso del cuerpo productivo no tiene más remedio que resignarse a seguir en el alambre laboral hasta agosto. La temporada estival es un periodo de contrastes, de aquellos que se cruzan en las ciudades en momentos existenciales ambivalentes; unos que están de vacaciones y otros todavía no han roto con la rutina. Es tiempo del trasnoche, de cuando el barrio húmedo parece secarse y alargarse hasta que parece que no tiene fin, de las verbenas, de los conciertos… 

Si uno visita estos días algún pueblo de España, por muy recóndito y anti-melómano que parezca verá carteles de míticos cantantes que intentan alargar o revivir su gloria a costa de llenarse la moral en pequeñas plazas mayores de la España vacía. En verano los pueblos se repueblan no sólo por la atracción bucólica de pasar unos días en una casa rural, sino también por el anacrónico fenómeno fan. Leía el otro día que Kiko Rivera y Azúcar Moreno iban a actuar en una localidad leonesa y me acordaba de hace una semana cuando estuve en una boda en un pintoresco pueblo de Extremadura, y me quedé perplejo al observar los constantes anuncios en forma de carteles ochenteros sobre la actuación de Andy y Lucas. Reflexionaba sobre cómo unos artistas que han arrasado en un momento determinado podrían conformarse con llenar la efímera plazoleta del pueblo de turno. Mi novia me dijo que ya no podían aspirar a reventar grandes escenarios y entonces fue cuando pensé en el efecto nostálgico e incluso redentor que ejercen las fiestas de los pueblos. Los cantantes estancados o mutados en alternativos encuentran en el público rutinario y emborrachado de monotonía su propia catarsis. 

En el mundo de la música son muchos los llamados y pocos los elegidos, un puñado de grupos consigue llamar la atención, pero pocos tienen la capacidad de perpetuar su legado, de seguir petando estadios a los cincuenta años; los desechados por la obsolescencia programada de una sociedad caprichosa experta en liquidar gustos no les queda otra que consolarse en el purgatorio de figurar en los conciertos estivales de una joda. 

 

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