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Concordia facha

07/04/2024
 Actualizado a 07/04/2024
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Concordia es una palabra muy facha. Como libertad. Esas palabras, de por sí orondas, son, además, aerofágicas, se hinchan enseguida y acaban por arrinconar todo lo que haya alrededor, cualquier otra palabra, frase o discurso son desalojados a causa de la inflación de esos globos del vocabulario. A veces, incluso, apestan.

Por ejemplo: el gobierno de Castilla y León pretende sustituir el anterior Decreto de memoria democrática (2018) por una ‘ley de concordia’. En este texto la tal concordia abulta un montón. Amplía el período de tiempo en que se reconocen víctimas de guerra y dictadura y la excrecencia incluye a los ‘afectados’ desde 1931. Se pone uno a concordar y de la protuberancia le sale que los golpes militares son culpa de las democracias, por no ser acordes a saber con qué. Esta es una lectura histórica facha, por supuesto. Si se quería incluir a las víctimas de violencia podía haberse empezado por… ¿el paleolítico? Aquellos pobres neandertales… Pero no, se comienza por el arranque de la Segunda República pretendiendo imputarle la guerra y la dictadura. Esos pobres franquistas…

Por el mismo precio se podrían celebrar los ‘85 años de paz’, porque estas fascistadas prodigan reconciliaciones y conceden mercedes espléndidamente, como quien desciende de los cielos a bendecirnos por ser buena gente. Dicen los proponentes de la ley que ellos no son historiadores, aunque también dicen que quieren acabar con una visión «sesgada y sectaria de la historia». Es culpa de la historia, que se va con cualquiera. Esta versión de los no-historiadores funciona como los no-cumpleaños: celebra uno lo que le da la gana aunque sea mentira. 
El texto establecerá, por tanto, una concordia entre los bandos de la guerra, un convenio armonioso, una equidistancia muy del gusto de la gente justa y necesaria. Es la prueba del algodón (del algodón facha): te sientes identificado con la anterior democracia que tuvo este país o la nivelas con quienes la barrieron de la historia violentamente y, con él, a cientos de miles de compatriotas. Hagan la prueba, es fácil. Y concuerda.

Luego está lo de la libertad, que así, de sopetón, sin venir a cuento, también suele atufar pelín facha. Se dice libertad y se aparta de un libertazo las aburridas ocupaciones cotidianas de las democracias: servicios sociales, paro, administración, salario mínimo, IPC… esas minucias que ocupan a quienes no tienen que estar invocando libertad todos los días por ser como el valor en la mili de antes: se la supone. Cuando alguien saca a colación la libertad, así, a lo prominente, suele exigir que le dejen hacer lo que le dé la gana, cosa que hará a costa del resto, incluyendo aquellos que le corean. Esa libertad suele apellidarse: ‘de comercio’, ‘impositiva’, ‘de elección’, ‘sanitaria’, ‘educativa’… y suele fundamentarse en cuentas corrientes libres de impuestos. Como la concordia con la condescendencia, la libertad crece con el grosor del talonario.

 

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