Primero, mi más sentido pésame a las víctimas de la reciente DANA. Mis condolencias a los familiares y amigos de los fallecidos, a aquellos que han perdido hogares, negocios o vehículos, y a toda la población afectada, especialmente en Valencia. Las consecuencias de esta tragedia alterarán la vida cotidiana durante mucho tiempo, dejando su rastro de destrucción física y psicológica.
Mientras tanto, en el Congreso, la actividad no se detuvo. Justo cuando el país se cubría de luto, el partido socialista decidió que el «show» debía continuar. No hubo gesto de solidaridad, ni aplazamiento en respeto a las víctimas. Prefirieron asegurar su botín: RTVE. Al parecer, controlar la televisión pública era más urgente que cualquier otra cuestión. La decencia, es un lujo que no se pueden permitir. Esto deja claro que estamos presenciando una captura de poder que debería alarmarnos y sacar de la narcolepsia a tantos españoles que siguen actuando con indiferencia. Cuando las instituciones públicas se gestionan como peones de una partida política, todos perdemos, especialmente quienes todavía creemos en el servicio público.
Quiero también dar mis condolencias a la Fiscalía. El bochorno de ver cómo la UCO entra en el despacho del Fiscal General, registrándolo durante diez horas, es de esas escenas que superan cualquier guion de cine. Con toda seguridad, el Fiscal General no esperaba que un juez ordenase el registro, ni la copia de cada documento, correo electrónico y dispositivo. Su propia soberbia y creerse todopoderoso, le habrá podido jugar una mala pasada en relación a lo que pudiese custodiar en la «seguridad» de su despacho.
Este episodio nos recuerda que la sociedad se sostiene en un gran acto de fe: creer que aquellos en puestos clave –políticos, jueces, fiscales y demás– son íntegros, comprometidos con el bien común. Nos reconforta pensar que tenemos una «elite moral» obligada a ser mejor que nosotros, dadas su responsabilidad y poder. Pero, la realidad es que, como en cualquier sector, entre ellos hay honorables, corruptos y hasta sociópatas. Estos mazazos públicos erosionan la fe ciudadana en el sistema, como un niño que descubre que sus padres no son infalibles.
Nuestra sociedad depende de esas instituciones que, por diseño, deberían funcionar como un espejo fiable donde mirarnos. Sin embargo, los escándalos, cada vez más recientes, nos demuestran que la única «normalidad» es ver cómo los ciudadanos deben seguir adelante, mientras sus líderes juegan a su antojo con las reglas, sorteando la legalidad y el decoro, justificando cada atropello.
Dada la cascada de escándalos y la judicialización diaria del Gobierno, no vendría mal seguir de cerca la agenda de viajes internacionales de Sánchez y compañía. Porque, en una de ésas, podemos ver a cualquier miembro del Consejo de Ministros, pidiendo asilo en algún país sin tratado de extradición, aprovechando una visita oficial, mientras aquí la Fiscalía sigue abriendo cajas y buscando respuestas.