Confía en ellas

27/11/2024
 Actualizado a 27/11/2024
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A pesar de que el carnet joven, los descuentos en el transporte, el Bono Cultural o los bailes en TikTok digan lo contrario, una deja de ser joven más o menos cuando quiere. Dijo Ullman que la juventud es «un estado del espíritu» y de esa manera lo siento ahora que ya hace un ‘tiempín’ que crucé el umbral de la treintena. Sin embargo, se empeña en mostrarme lo contrario la chavalería con la que coincido a la hora del café –en su recreo (o eso quiero pensar yo)– o las estadísticas en cuyas franjas etarias ya no entro como persona joven.

Una de esas encuestas salía publicada este lunes con motivo de la conmemoración del 25 de noviembre. Decía Cruz Roja que el 32 % de las personas entre 15 y 29 años ve «inevitable» la violencia contra la mujer y un 19 % de los varones la niega. ¡Zas! La primera en la frente. Resulta que los españoles (más) jóvenes, de esos de cuya edad a veces no me desprendo, considera las agresiones a las mujeres como algo inexcusable, eso que no va a dejar de suceder. El buscador de sinónimos dice que ‘obligatorio’ significa lo mismo que ‘inevitable’, y eso sí que me niego a creerlo. No puede ser que las generaciones que van detrás de mí lleven una venda tan opaca que ni los datos sean capaces de retirársela de un plumazo. Tras estas encuestas o después de pasar un rato en el maltrecho ‘X’ sin bloquear cuentas que solo vomitan odio, sí que quiero retirarme de la juventud y pacer tranquilamente en la adultez que (oh, ‘spoiler’) no es necesariamente mejor.

Pero luego llegan ellas y se me pasa, las alumnas de la Escuela de Arte de León son mi oasis en el desierto de la desesperanza por lo menos un día al año. Ellas son las responsables de organizar en la capital una ‘performance’ con motivo del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer y su discurso es, para mí, siempre impactante. Si el año pasado un ángel caído las apuntaba a todas mientras sonaba el ‘A ningún hombre’ –que desde entonces solo puedo asociar a ese momento–; este año las alumnas se han vestido de árbol del paraíso como metáfora del amanecer, la muerte y el renacimiento de las víctimas que quisieron llamar ‘Las hijas de Eva’. Ver a las jóvenes tan implicadas y metidas en su papel, en este caso sujetando las manzanas como fruto prohibido mientras la serpiente de la violencia machista podía con todas ellas, siempre consigue emocionarme. Seguramente sea porque en un mar de datos e informaciones, el arte tiene más capacidad de llegar hasta donde las cifras no traspasan. O, quizás, quiero pensar, que ellas cada año me hacen confiar en una juventud de la que sí quiero formar parte: concienciada, comprometida y feminista. Un rango de edad que puede empezar en los 15 y no terminar nunca si se trata de estar en el lado correcto de la historia.

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