Esta noticia me ha levantado el ánimo: «Sanidad anuncia una ley para acabar con el consumo de alcohol entre menores de edad». Hace tanto tiempo que esperamos que se haga algo para detener esta lacra. Pues hoy, la nueva ministra de Sanidad, Mónica García, durante su primera comparecencia en la Comisión de Sanidad del Congreso de los Diputados, ha asegurado que habrá medidas en cuanto a la publicidad, comercialización y venta de productos alcohólicos a menores, puesto que la normativa actual «se ha mostrado insuficiente para abordar esta problemática». Eso es verdad, señora ministra. Los datos estadísticos lo ratifican. En la Encuesta sobre uso de drogas en Enseñanzas Secundarias en España de 2023, el 75,9 por ciento de los adolescentes de entre 14 y 18 años reconocen haber consumido bebidas alcohólicas alguna vez en la vida. El 73,6 por ciento admiten haberlo hecho en los últimos 12 meses. Más de la mitad dijo haber bebido en los últimos 30 días, periodo en el que el 20,8 por ciento aseguró haberse emborrachado. Son datos que realmente asustan y no podemos seguir de brazos cruzados ante estos números. Según la ministra, en la nueva ley se incorporarán herramientas para abordar la prevención del consumo de alcohol en menores desde el ámbito educativo y familiar. También se definirá el papel de los sectores sanitarios y de servicios sociales. Se busca «avanzar en materia de protección y promoción de la salud de los menores de edad, y contribuir a un cambio cultural que modifique la percepción del riesgo de las bebidas alcohólicas con el fin de reducir su consumo entre los menores, sobre todo en edades más tempranas».
Son motivos muy variados los que mueven a los jóvenes al consumo de alcohol: mejora las relaciones con los demás, sirve de evasión, es muy útil en las celebraciones y momentos de fiesta y sirve para integrarse en el grupo de iguales y para demostrar que ya es adulto. Por último, se ha extendido la costumbre de beber en «atracón» o «binge drinking». Se trata de una práctica en la que el consumo de alcohol se produce en ‘atracón’, es decir, en un periodo de tiempo muy corto. Cuatro de cada seis estudiantes de edades comprendidas entre los 14 y 18 años, admite consumir 5 o más bebidas en un intervalo máximo de dos horas. Esta práctica del ‘binge drinking’ es la responsable de la mayoría de las borracheras e incluso comas etílicos que se producen en estos rangos de edad y es una actividad que no para de aumentar en España.
Estoy seguro de que alguno de mis lectores asiduos recodará un artículo reciente en el que me confesaba abstemio y desde esa perspectiva es muy fácil hablar sobre los peligros del alcohol, pero no serán mis reflexiones, sino las que aparecen el artículo de ‘El País’ el lunes 19 de febrero de 2024. Allí Ramón Bataller, jefe de hepatología en el Hospital Clínic de Barcelona e investigador de referencia mundial en los daños que el alcohol causa en el hígado, necesita sólo un bolígrafo y un trozo de papel para sintetizar en tres líneas el gran reto al que se enfrenta su especialidad. Primera: «El alcohol es la mayor causa de hospitalización y muerte por enfermedad hepática». La segunda: «La única medida que puede salvarles la vida es dejar de beber; da igual lo que les des, si no lo hacen, a medio plazo, la enfermedad progresará a formas que conllevan una elevada mortalidad». La tercera: «Con esta ecuación tan sencilla, parece obvio que lo más importante para un hematólogo es lograr que el enfermo deje el alcohol. Pero la realidad es que no lo sabemos hacer». «Tenemos pocas herramientas y algunas, como los medicamentos disponibles, no las sabemos utilizar del todo bien. Y trabajamos demasiado lejos de los psicólogos y psiquiatras, que son nuestros grandes aliados para tener éxito».
Estamos en el mes de marzo. Todos los años antes o después de las fiestas de Pascua muchos alumnos hacen sus excursiones y sus viajes culturales. Yo viví esa experiencia durante muchos años y acompañé a miles de alumnos en viajes por España y el extranjero. Lo más peligroso, arriesgado, expuesto y comprometido de estos viajes, sin lugar a duda, venía por culpa del alcohol. Viví muy de cerca la muerte en Roma de un alumno de Palencia por culpa de un botellón y nunca he olvidado lo terrible que fue para los profesores esta tragedia. Trataba por todos los medios de amenazar a los alumnos y advertir a los padres de las consecuencias en el caso de que consumieran alcohol en el viaje y, más aún, si llegaban a emborracharse. Creo que me ponía excesivamente tozudo en esta batalla. Aunque estoy convencido de que muchas veces me engañaron, también sé que mi cabezonería en este tema evitó muchos problemas. Los miles de profesores acompañantes de sus alumnos en viaje de estudios tienen en este momento muchas preocupaciones, pero la principal es, sin lugar a duda, el consumo de alcohol de sus alumnos.