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Contrariedades

21/01/2023
 Actualizado a 21/01/2023
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Contrariada, en vano lograba sustraerse a los martillazos en el piso de al lado debidos a las pertinaces reformas acometidas por los nuevos vecinos que pugnaban por desestabilizar a la joven estudiante pre Ebau. En vano intentaba concentrarse. Finalmente, desesperada, decidió irse a la ‘islada’ biblioteca: ahí empezó todo.

«Aquí no puedes estudiar». Hay un acto cultural. No hace buen efecto que mientras la ponente esté ilustrando a los asistentes, en un rincón, una niña permanezca al margen absorta en su conocimiento alternativo. (Intentando realizar una tarea o preparando un examen).

La pública imposible, reino absoluto de opositores y similares. En definitiva repleta de estudiantes de diversos colores, la contrariada joven se lamenta de que no hay sitio para ella en la posada de libros.

La del Albéitar, a la par que la Universitaria de San Isidoro, coto vedado para los de bachillerato que se ven, nómadas, en búsqueda de un espacio propio. Es necesario exhibir el carné de universitario y ella aún se encuentran en ciernes de conseguirlo. En el vecino Espacio en Vías de desarrollo, tampoco es posible anidar entre libros. ¿Que quieres consultar algo? pues mira por internet. Pero yo ya no quiero redes, se lamenta la mocina, solo busco un espacio de silencio, tal vez una pequeña gruta en la que encontrarme con el saber, forrada de libros, llenos de mundos, toparme quizás con un manuscrito encontrado, libros, en el más estricto sentido de la palabra. Un soporte físico cuajado de hojas, sembrado de palabras evocadoras, grafías vivas, como hileras de pequeñas hormigas sabias que andan asociadas para compartir secretos, misteriosas piedras preciosas que se deslizan entre los dedos. Esto no me lo dijo Rebeca, si lo lee, hasta lo mismo le parece pelín cursi, pero sí manifestó cierto hastío por tanta información enredada en redes que dan pábulo a falsedades. Parece que la verdad se encuentra con más facilidad en los libros impresos. Ellos son algo así como una garantía de autenticidad. Por eso fue triste comprobar que en la biblioteca del barrio, aquella que honra al ilustre autor de Fray Gerundio de Campazas, hubiera un cartel que mintiera como un bellaco asegurando que hasta las ocho y media era posible perderse entre las páginas de algún libro. A las seis ya estaba la tranca echada. Dicen que porque el o la encargada andaba de vacaciones.

Rebeca se lamentaba a su madre «Mamá, si va a ser más fácil reunirse para un botellón que encontrar un lugar abierto y libre para poder consultar algo. Ser joven en esta ciudad es una mi…esto es la decadencia».

La madre bajó los ojos y frenó las palabras. No era cuestión de contrariarla más de lo que lo habían hecho las pertinaces vacaciones, quiero decir, los martillazos…
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