Quince días han pasado desde la tragedia minera en la mina del Zarréu que se cobró la vida de cinco hombres y dejó heridos de gravedad a otros cuatro. Cinco trabajadores leoneses jóvenes que no deberían haber muerto en pleno SXXI en un accidente de estas características. El dolor desgarrador nos transporta de un zarpazo a tiempos pretéritos que creíamos superados. Deben depurarse con toda la contundencia posible la responsabilidad de accidentes que, con los medios actuales, no deberían ocurrir. Parafraseando a Anguita, malditos sean los que se lucran poniendo en peligro la vida de los trabajadores.
Como en una pesadilla de la que no logramos despertarnos, nos hacemos conscientes de una precariedad laboral que sigue existiendo, de la necesidad y la preocupación de no llegar a fin de mes que reina trágicamente en muchos hogares. Detrás de los fuegos de artificio y las luces de neón con que los caciques se siempre nos envuelven la mentira del hoy, la sociedad de consumo actual, dominada por el capitalismos brutal, droga conciencias como en ‘Un mundo feliz’, la novela que Aldous Huxley. Vivimos en una felicidad artificial gracias al soma, una droga que nos sume en un estado de bienestar, anula nuestra voluntad y nuestras ideas. Con la cabeza llena de vídeos de ‘tiktok’, sensacionalismos y mensajes alienantes nos hacemos ciegos, sordos y mudos a una realidad que sobrevive a nuestro lado.
Más de 2,7 millones de menores viven en riesgo de pobreza y exclusión social en España según la Encuesta de Condiciones de Vida de 2024 del Instituto Nacional de Estadística (INE). Mientras los discursos contra «las paguitas», las medidas contra la especulación en la vivienda o los aplaudidores de las ‘motosierras’ inundan los bares, el 80 % de los niños que sufren ahora pobreza, van a seguir siendo pobres de adultos. Es imposible evitarlo si no se ponen medidas, son niños que van a tener mayor dificultar para acceder a ciertos estudios y poder terminarlos y acabaran apostando por empleos precarios en vez de seguir con su formación.
Y sin embargo proliferan las voces entre las clase trabajadora que apoyan discursos neoliberales y negacionistas con consecuencias contrarias a sus propios intereses. La sensación de pertenencia a una tribu a la que envidiamos y a la que queremos pertenecer cuando defendemos sus tesis, dopa la opinión pública a modo de un ‘soma’ perfeccionado. Nos encanta decir que pertenecemos a la clase media, esa entelequia que lo único que significa es que estamos a tres nóminas impagadas de ser clase pobre pero que quiere decir que «los hay que están peor que yo» y con eso, muchos ya son felices.
Sirva esta humilde opinión para reivindicar a la clase trabajadora, la de los trabajadores y trabajadoras que se ganan la vida con el sudor de su frente y que desgraciadamente por hacerlo también pueden perderla como nuestros cinco paisanos de Laciana y el Bierzo. Orgullo de clase. No podemos permitir que la lucha de tantos y tantas fuera en vano. Trabajos y salarios dignos y condiciones de trabajo seguras. La clase les viene del orgullo y del corazón tan negro de picar carbón que volvemos a tener roto.