14/04/2025
 Actualizado a 14/04/2025
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De la última novela de ‘nuestra’ Marta del Riego Anta, se podría casi escribir otra novela, pues son tantos los ‘temas’ que incluye. Pero eso lo dejamos para los expertos críticos literarios. Los que, como Marta, somos hijos del campo y hemos vivido, experimentado, padecido, gozado, soportado, disfrutado, de todo aquello, no tenemos otra alternativa que catalogarlo en esa ‘nube’ de lo sideral literario. Nimiedades, pasiones, lucha diaria contra los elementos, paisajes, olores, cantares, y el eterno pasar del tiempo aguardando un cambio que jamás llega, hasta que nos convencemos de que «alomejor» tampoco era necesario. 

Y algunos nos marchamos a recorrer otra parte del mundo: las ciudades, los estudios, los ‘empleos’ (que no parecen trabajos) y los viajes. Pero, al final, venimos a convenir que ‘aquello’, aquella vida rural, con todos sus climas, paisanajes y variantes, no era más que un trasunto de la vida humana. Y si es uno lo suficiente sensible para percibir el verdadero sentir humano, y lo suficientemente hábil para ponerlo negro sobre blanco y publicarlo, pues el producto es eso que hemos convenido en llamar una gran novela, digna de ser leíday no olvidada, guardada y vuelta a leer de vez en cuando.

Los poetas tenemos tendencia a recurrir al autor mismo cuando nos sentimos atrapados. Por eso, este que lo es renuncia a adelantarles nada acerca de ‘La mujer montaña’ y ‘El hombre del bosque’ Es ‘El coro’ el que canta los conflictos entre el ser humano y la naturaleza, entre la costumbre y las nuevas tendencias; entre la religión y los animales. Osos, nevadas, viudas, perros, armas de caza, pastoreo, trashumancia, investigadores, conflictos, familias, amores, odios, clima, costumbres, todo eso y más hallarán los lectores en esta tercera novela de la autora, natural de La Bañeza, periodista y colaboradora de La Nueva Crónica de León y una más de la ya larga lista de escritores leoneses a tener en cuenta.

¡Ah! Y ese lenguaje ‘llionés’ que no nos falte: Y la mina. Y los molinos eléctricos (esos «telares») Y los diminutivos («huesín») Y una definición que, en boca de la protagonista, una adulta que ha dejado la ciudad y ha vuelto al pueblo a pastorear su rebaño, y que es como el emblema en una lápida: «Yo quería ser pastora, no cordera» (pág. 1719). Eso lo resume todo. Esa es la sustancia. Lo demás es hueso, el armazón cargado de misterio que empuja al lector hasta un final imprevisible. Como mandan los Cánones de la escritura.

Y ¿cómo no? El amor. «El amor no se expresa. El deseo, tampoco (pág. 179) Escribir y pensar. Forma y fondo. Grande.

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