marfte-redondo-2.jpg

El coro de la murmuración

03/08/2024
 Actualizado a 03/08/2024
Guardar

En el cómplice abrigo de una intimidad conversacional, dos grupos humanos conspiran en actitud confidente para contarse un secreto a voces. «Ellos: ¿Qué sabes tú?, ¿qué sabes di? Ellas: Prometes callarlo. Ellos: No dudes de mí, empieza ya. Ellas: Pues ven aquí. Ellos: ¡Habla!, ¡dilo!, ¡cuenta! Ellas: Allí lo oí, y pensé morir de risa. Ellos: ¡Sigue!, ¡Pronto!, ¡Aprisa! Ellas: Pues lo que oí todas juntas lo escuchamos. Ellos: ¡Dale!, ¡Bueno!, ¡Vamos!…»

Es un fragmento del célebre ‘Coro de la murmuración’ perteneciente a la zarzuela ‘El dúo de la Africana’ compuesta por el músico Manuel Fernández Caballero con libreto de Manuel Echegaray. El ‘salseo’ se produce en el seno de una compañía de ópera italiana donde los coristas, un tanto molestos porque no reciben salario ninguno por su arte lírico, ahogan sus insatisfacciones en «poner a caldo» las debilidades de algunos miembros y «miembras» del elenco actoral. Quieren saber de los presuntos devaneos amorosos clandestinos entre una tiple casada y un tenor al que le chifla donjuanear.

Decía el poeta inglés Alexander Pope, indignado por las palabras de un crítico implacable que le calumniaba, que «con cada palabra muere una reputación». Es un deporte, y no precisamente olímpico, traficar con las vidas ajenas sometidas a lupa y escrutinio para uso y disfrute del respetable. Murmurar para manosear la fama del prójimo, pecado preocupante en el terreno religioso, vicio repulsivo para autores como Cervantes, que lo reprueba en boca de Cipión y Berganza, protagonistas cuadrúpedos de su novela ‘Coloquio de los perros’ donde el primero da licencia al segundo para que «murmures un poco de luz, y no de sangre; quiero decir que señales, y no hieras ni des mate a ninguno en cosa señalada; que no es buena la murmuración aunque haga reír a muchos, si mata a uno». Nuestro genio universal distinguía la sátira de la murmuración del siguiente modo: la primera como razonamiento mordaz para reprender vicios comunes sin intenciones difamatorias mientras que el murmurador con el único poder de su pequeña lengua, es capaz de arrasar con la reputación de cualquiera. Reflexiona el filósofo José María Esquirol: «Quien murmura incuba un sentimiento de insatisfacción y de mezquindad respecto a todo lo que le envuelve […] la murmuración sólo tiene el poder de la carcoma que corroe su propio mundo».

Y hablando de murmuración, volvemos a los coristas que iniciaban la columna, a ver en qué queda el asunto. «Ellas: Pues lo que oí, no lo puedo yo decir». 

Vaya, pues nos quedamos sin saberlo.

Habrá que irse, mutis por el foro, con la música a otra parte.

Lo más leído