Contar en el entorno con caliza, arcilla, carbón, agua… y ferrocarril fue decisivo para que una sociedad constituida en 1919 con capital vasco y madrileño construyera en Toral de los Vados –a unos veinte kilómetros al oeste de Ponferrada– la fábrica de cemento ‘Cosmos’ que, en 1924 –cuando fue oficialmente inaugurada– producía al día 400 toneladas de clínker –unas bolinas formadas tras someter a la caliza junto a otros materiales en menor medida a altísimas temperaturas–, que es su componente fundamental. Hoy, la producción diaria de la factoría –propiedad desde 2012 de la multinacional brasileña ‘Votorantim Cimentos’–, con unos 150 empleados, alcanza 2650 toneladas.
Aproximadamente a tres kilómetros –en el término de Corullón– se encuentra la cantera de caliza, de donde procede el 95% de la materia prima que, a través de una cinta, llega a la fábrica. Tras una primera homogeneización, es triturada –junto con otros elementos en pequeños porcentajes– para obtener ‘crudo’ con la composición química deseada. Ese crudo –con una textura, digamos, parecida a la de la harina– pasa al ‘horno’ –el corazón de la fábrica–, cuyo resultado es ya el clínker que, molido con yeso y otras adiciones, se convierte en cemento: el 70% sale a granel –en buena medida, en tren, que llega hasta la fábrica–, y el 30% restante es ensacado.
El gran desafío de todo el proceso son las emisiones de CO2. Y en su reducción trabajan en Votorantim –el objetivo es obtener cemento neutro en carbono en 2050– con una inversión millonaria y buenos resultados, a través de cuatro palancas: combustibles alternativos, energías renovables, cementos bajos en carbono, y captura y reutilización del CO2–. Me lo contaban el otro día Jaime Santoalla y Vetania López –director de la fábrica de Toral y coordinadora de Responsabilidad Social Corporativa, respectivamente–, cuando tuve ocasión de visitar la factoría que, más de un siglo después, es todo un emblema en la zona. «Somos un ‘vecino’ más», me decían orgullosos.