En una sociedad cainita, lanar y de memoria piscícola, cualquier opinión hace que te pongan cada día en la oreja un crotal de diferente color con independencia de lo que hayas dicho el anterior. Como hace dos semanas arremetí únicamente contra quienes defienden que esta nuestra comunidad funciona o que, cuando el PSOE gobierna, a este nuestro terruño le va bien, he pasado a ser de inmediato un leonesista de manual, un paleto con la boina encajada hasta la napia o un bodoque de esos que piensan que lo mejor para conseguir la autonomía es quemar la maqueta de un castillo.
Sin embargo, aunque quizá no lo recuerde pese ser usted un avezado lector, no es la primera vez que en esta sucesión de palabras se dice que no todos nuestros males entierran sus raíces a orillas del Pisuerga y que quienes ondean a todas horas la bandera de color púrpura también deben hacérselo mirar y dar un paso adelante si no quieren desperdiciar el crédito que les han dado las urnas.
Perdieron la ocasión hace una década de firmar un pacto con el presidente Herrera y haber podido influir de verdad en el manejo de este armatroste autonómico. Quizá no hasta el punto de desarmarlo, pero sí lo suficiente como para haber agilizado proyectos que llevaban años criando moho en los presupuestos sin atisbo y que ahora al fin han empezado a salir adelante por la inercia de los votos. Es lo de casi siempre en política, las cosas no cambian por el mérito propios, sino por el demérito de los demás.
Y tampoco andan atinados al criticar a un alcalde que defiende la autonomía desde el PSOE por encargar un informe para poner negro sobre blanco los pasos a seguir para lograrla. Puede ser por miedo a que les quite votos, pero es más dañino desde el punto de vista demoscópico dejarse engañar de nuevo por el aparato de ese mismo PSOE para gobernar la Diputación. Primero fue con el pacto de las mentiras, bendecido por Ábalos y firmado por Cendón con una UPL cuyo representante sólo se representaba a sí mismo en la política y en el campo. Y ahora ha sido con la moción por la autonomía, que de un día para otro pasó de ser un hito a ser algo meramente cosmético sin que nadie se haya removido en su sillón.
Si te engañan una vez, la culpa puede ser del trilero. Si te engañan dos, la culpa es tuya, aunque quizá los leonesistas se vieron atados de pies y manos al tener que elegir entre quienes ya les habían timado desde las filas socialistas y los populares, que tenían pocas ganas de recuperar el mando en el Palacio de los Guzmanes por si el presidente resultaba no ser del agrado del aparato.
El aparato, siempre el aparato. Maldita palabra. Cuánto daño ha hecho a la política, que al final no deja de ser reflejo de una sociedad que, como decíamos al principio, te pone el crotal de un color o de otro y te eleva a los altares o te crucifica por el mero hecho de exponer un pensamiento que pueda parecer discrepante. Y más en León, un terruño que sigue cumpliendo la penitencia por los pecados ajenos y propios y que sólo se une para procesionar pese a que aún no se haya creado la Cofradía del Cristo de los Fantoches.