Recientemente TVE emitió un amplio documental de la investigación realizada y liderada durante 22 años por el catedrático de la Universidad de Granada José Antonio Lorente. Su logro fue desvelar, a través de ADN y tras muchas pesquisas, que la catedral de Sevilla es el lugar exacto donde reposan los restos de Cristóbal Colón. Y lo es desde 1899, tras tener España que sacarlos de La Habana hasta depositarlos en la seo andaluza donde se encuentran desde entonces. Queda sin deshacer otra incógnita sobre el gran navegante: el lugar exacto de su nacimiento, motivo también de debate, dado que las respectivas propuestas sobre sus orígenes no son absolutamente convincentes; si bien ha quedado ya descartada su cacareada procedencia genovesa. Parece ser que la causa de los secretos colombinos es debida a su condición de judío sefardí, por entonces motivo de repudio.
Sobre Colón quiero contar una anécdota acontecida hace ya una docena de años que viví en el Palacio de Hellbrunn, en las afueras de Salzburgo (Austria), dicho sea de paso, lugar encantador y de juegos de agua en uno de sus jardines en el que, si no andas atentos al guía, sales más remojado que de promesas un político en periodo electoral. La visita al interior del mismo se hacía con ayuda de unos aparatillos que, aplicados al oído, explicaban en los principales idiomas las particularidades dignas de mención que encierra cada sala. Creo que fue en la marcada con el número ocho donde podían observarse unas pinturas de estilo barroco en paredes y bóveda pintadas por el artista italiano Arsenio Mascagni (1579-1637) donde destacan gruesas columnas.
Cada aparatillo informaba en español sobre la rigurosa representación de las carabelas de Cristóbal Colón. Pero por mucho que uno se esforzaba en descubrirlas en el techo y las paredes no lograba dar con ellas. Cansada ya la vista de tanto mirar de un lado para otro y agotada la paciencia de buscar inútilmente los barcos, pregunté a un colega andaluz entre los visitantes españoles que plulaban por allí, y que, obviamente, también estaban escuchando la grabación en español, por si andaban sus ojos más avispados que los míos. Fue en vano. Ambos deambulábamos de aquí para allá, tan desorientados y fracasados en el intento cual Diógenes con la linterna en pos de la verdad. Pero, como quiera que otros amigos españoles, conocedores de la lengua de Goethe, seguían las explicaciones en alemán, pudimos aclararnos y, consecuentemente, deshacer el misterio.
El ‘experto’ locutor del aparatillo –aunque por desgracia, como se desveló, pésimo traductor al español del texto alemán, y que sin duda realizó su labor a muchos kilómetros de distancia de aquel lugar–, había traducido «die Kolonnade», es decir, las «colunnatas» representadas en las pinturas de Mascagni, por ¡¡¡las carabelas de Cristóbal Colón!!!
Mira que por mis lecturas durante años de tarea académica universitaria –si no despreciada, si conmiserada o con condescendencia desdeñosa de enseñar lengua y literatura portuguesa en la Universidad de Salamanca– he tropezado con despropósitos de traducción, de los que yo mismo no me he librado en mi época de iniciación profesional. Pero convertir por arte de no se sabe qué ejercicio de fantasía ‘La Pinta’, ‘La Niña’ y ‘La Santa María’ en columnas de mármol, es la hostia, que diría un castizo, incluso un ilusionista prestidigitador, digo yo.