Tampoco sé qué perra le ha dado a la gente ahora con las notas de la comunidad. Es como si esa notificación que aparece bajo determinadas entradas del antiguo Twitter –puntualizando o corrigiendo lo que se expone arriba, a partir de las aportaciones del resto de los usuarios– supusiera un intolerable ataque contra la libertad de expresión, en vez de, precisamente, una herramienta para evitar la censura.
Porque antes de que se popularizara esta forma de control entre usuarios, el mecanismo habitual era el denominado ‘fact-checking’ (verificación de hechos) o la moderación de contenidos. Es decir, que los gigantes tecnológicos poseedores de las redes sociales disponían de un equipo humano que se encargaba de dar luz verde –o roja– a lo que subían sus clientes. Esto resulta claro en el caso de contenidos penados por la ley (imágenes de menores o material protegido por derechos de autor), pero entra en una zona gris cuando se trata de cuestiones de índole política o moral.
No es lugar para hablar de las líneas que separan el insulto de la libertad de expresión, pero es necesario recordar, una vez más, el evidente sesgo que han tenido los moderadores de contenidos y los ‘fact-checkers’. Estos, desprovistos ahora de una fuente de poder (y de dinero), claman ahora contra la erradicación de esta práctica, con el argumento del «criterio de autoridad». O lo que es lo mismo: «Nosotros somos los expertos”».
Es ésta una palabra que, como tantas otras en nuestro tiempo, ha quedado vaciada de significado. Igual que la predicción de Warhol con la fama, hoy todo dios puede ser experto en lo que sea; basta con tener la voluntad de hacerlo y los pocos escrúpulos para proclamarlo. Sin embargo, como la pregunta que lanzaba ‘Watchmen’ –¿Quién vigila al vigilante?–, ay de quién osase pedir credenciales de ‘experticia’ a los ‘expertos’ en vez de agachar la cabeza y acatar sus decisiones arbitrarias. ¿Por qué usted es experto?, le podía preguntar alguien a un autoerigido como tal. «Porque lo digo yo», respondería.
¿No será más bien la inquina que produce entre algunos usuarios el nuevo propietario de la antigua Twitter, Elon Musk, debido a sus saludos con el brazo en alto y, sobre todo y por encima de cualquier todo, por su apoyo a Donald Trump? ¿Por qué no provoca la misma animadversión Mark Zuckerberg, dueño de Facebook, Whatsapp y –esencialmente– de Instagram? ¿Acaso este último no ha seguido también los pasos de Musk y ha eliminado la moderación de contenidos en favor de las notas de comunidad? Tal vez la diferencia de baremo se deba a que, claro, resulta fácil abandonar una red que se sustenta en el texto, mientras que, claro, cómo vamos a renunciar a esas fotos tan cuquis de nuestras vacaciones en las que salimos tan ‘divin@s’.