A veces intentas darle la razón sólo para que te deje en paz, pero no es fácil.Puede decir una cosa y la contraria en la misma conversación, parecer de Vox y de Podemos, machista y feminista, madridista y antimadridista, montañés y ribereño («en realidad soy de Ranedo pero veraneo en Vegas», dice por las noches para intentar ligar), puede conseguir que entregues tus cartas aunque tengas todos los ases de la baraja, solo para intentar que se calle. Asegura que si le sueltas en medio de la selva del Amazonas con un cortaúñas es capaz de estar a los dos días jugando a la ruleta en un casino de Las Vegas. Yo aseguro que si le sueltas en medio del desierto a los cinco minutos se oyen voces porque han empezado a discutir hasta los dromedarios. Se va y queda un silencio que parece que acaba de marchar una despedida de soltero. De lo que desde luego sí es capaz es de mantener, por dura que sea la concurrencia, las teorías más descabelladas, como por ejemplo que los asturianos no tienen ni puta idea de lo que es comer bien. Con el tiempo, he aprendido que, si tienes prisa, es mejor no hablarle ni de los curas ni de Iker Casillas.
Se llama Juan Morán y le conozco desde que éramos microbios. Le aprecio. Sé que él a mí también porque a veces me da la razón, y eso no lo hace con cualquiera. Le firmé un libro y en la dedicatoria me ordenó que pusiera: «Para Juan, que me enseñó todo lo que sé». Aficionado a la carpintería, ahora también a la apicultura, monta transmisiones de coches y suelta frases para la historia. El otro día, antes de ir a la fiesta de Villanueva con El Puma (los cronistas locales cuentan que terminaron tirando la barra pero salvando milagrosamente sus copas) me iba a empezar a contar algo incómodo, lo sé porque bajaba la voz, y le dije que quizá prefería no saberlo. Me miró sorprendido y soltó: «Tienes razón, Rubio, la sinceridad sin compasión en realidad no es más que crueldad». Flipé. Pero, Juan, ¿qué clase de conversaciones tenéis en la cadena de montaje de la Fasa Renault?
Su problema es el mismo que el de otros tantos discutidores profesionales: se llama Google. Me quedé trabado con tan certera reflexión y, tras profundizar la búsqueda, resultó que «la sinceridad sin compasión es crueldad» lo había dicho ya en el siglo pasado un personaje de Samuel Beckett. Desde entonces se han intentado apropiar de la frase otros muchos pensadores, entre ellos mi amigo Juan. Yo también estaba dispuesto a soltarla como si se me hubiera ocurrido a mí cuando leí la entrevista que mi admirado Alfonso Martínez, quizá uno de los mejores periodistas pero sin ninguna duda el mejor apodador de esta ciudad, le hizo al secretario de Estado de Transportes. Cierto que es mejor saber lo que hay antes que seguir escuchando mentiras como que los trenes de Feve van a volver algún día a llegar hasta el centro de León, pero leyendo sus declaraciones la verdad es que sentí que no se me ocurriera a mí lo de que «la sinceridad sin compasión es crueldad».
Subido a ese tren «de campesinos viejos y mineros jóvenes», la que le sobresaltaba en su poema más popular a Antonio Gamoneda era «la crueldad de un silbido». Hace demasiado tiempo que no se escuchan en torno a la estación conocida como de Matallana, hasta hace poco algo así como la embajada en la capital para los habitantes de muchos pueblos no sólo del Torío, sino de todo el cuadrante nororiental de la provincia, por donde discurre el espectacular trazado de un tren que primero se llevó el carbón leonés y luego a los leoneses que ya no podían vivir de él. Últimamente, cada vez que escucho a alguien hablar de Feve, y esta semana ha sido mucho a cuenta de la mencionada entrevista, se repite: «¡Puf! Lo de Feve... La verdad es que ya no sé bien en qué capítulo de qué temporada me quedé...». Como suele pasar aquí, para lo que más listos andamos todos es para echar culpas, señalar con el dedo, descargar una combinación de ira, frustraciones y complejos, lo que en leonés no académico se conoce como reburdiar, y luego no hacer nada. Al respecto, por mucho que se les llenen ahora las bocas a sus representantes, PP y PSOE solo pueden competir en incumplimientos (la aportación de UPL es, una vez más, decir «León solo»), y por eso en los discursos todos se parecen un poco a mi amigo Juan: dicen una cosa y la contraria. También la propia infraestructura arroja unas cuantas contradicciones: pese al indudable abandono y a la pésima calidad del servicio, hay que reconocer también millonarias inversiones en parcial modernización. Para el catálogo de contradicciones habría que añadir también lo satisfechos que estaba sus usuarios durante la pasada primavera, cuando la línea estuvo cerrada por obras y se hacía el viaje alternativo en autobús: tardaban mucho menos en llegar al centro de León que teniendo que hacer el actual transbordo.
Se propone ahora, en eufemismo poco sincero y demasiado cruel, hacer un corredor verde por donde el tren llegaba al centro de León: poco sincero porque en realidad ya está cubierto de verde y demasiado cruel porque es el verde de las hierbas que, abonadas con promesas y olvido, crecen desde hace algo más de una década entre los adoquines. Quizá lo peor, lo más cruel, de la situación que vive el tren de Feve en esta provincia es que, si no existiera, a cualquier visionario le parecería una extraordinaria idea inventarlo, porque reúne todas las características de lo que busca nuestro Ministerio de Transportes y Movilidad Sostenible: público, urbano y rural, ecológico... Joven no (esos descuentos se los ahorran), porque ya no quedan en nuestros pueblos. Parece que el problema es que en determinados despachos los contratos de mantenimiento no resultan tan jugosos como los estudios de viabilidad o informativos, los proyectos, las licitaciones, las adjudicaciones y las ejecuciones que, en cambio, se resuelven para lo que interesa a alta velocidad... y con gravísimas consecuencias. Hay demasiados ejemplos.
Entre tanta mentira, es indudable que se agradece la sinceridad, pero si nos conformamos con ella estamos a un solo un paso de aceptar únicamente la compasión, porque lo que es indudable es que, aquí, padecemos desde hace tiempo la crueldad de la administración. Da igual en qué administración y en qué partido estés pensando. Da igual cuándo leas esto.