E l sábado pasado la iglesia católica celebró ‘La Exaltación de la Cruz’. Desde el día ocho hasta el quince de septiembre hay fiestas en muchísimos pueblos de nuestra provincia: Villafranca, Bembibre, Ambasaguas y un largo etcétera. También en Vegas, sólo que aquí, el día de la Cruz se pasa para el domingo. La misa y toda la parafernalia se hace a los pies de la Cruz de hierro que se enseñorea en lo alto del monte y qué fue puesta allí por el empeño de un alcalde socialista y descreído y el de un franciscano, hijo del pueblo, qué ejerció su misión evangelizadora en México, dónde sacó los cuartos para hacerla poniendo penitencia dineraria a unos cuantos ricos a los que tenía como feligreses.
La verdad es que, quieras o no admitirlo, llama la atención, porque se ve desde el Puente hasta Lugán, y más en estos días que ha permanecido iluminada (como en navidad, en Villasfrías o en Santiago), en una suerte de recreación de las que prendían los del KKK cuando quemaban a cualquier negro díscolo y protestón. A uno, que es acérrimo a cualquier fiesta religioso-gastronómica de las que hacemos en el poblado, ésta le da cierto pudor y, ¡vaya uno a saber porqué!, no sube nunca a celebrarla. Será el sitio, la excusa para ir o el calor que suele hacer, pero desde el principio, le puso una cruz y no acude nunca. Además, resulta que el noventa por ciento de la gente que sube no va a misa nada más que cuando tocan entierros, bodas y comuniones (y aún así se queda fuera, en el atrio y alrededores), por lo que es, cree uno, una estupidez usar la festividad como coartada para comerse un bocata de chicharro o de caballa en escabeche con cebolla o un bollo preñao. En el fondo (muy en el fondo), creo que es porque tengo asumido que todos llevamos una cruz a cuestas desde el día que nacemos hasta el día que la palmamos y no es menester exagerar, que para eso, Jesucristo murió en una de ellas para nuestra redención. Me temo, no obstante, que fracasó y que los hombres seguimos siendo igual de imbéciles que hace dos mil y pico años…
Con la que está cayendo, uno no sabe si pedir «susto o muerte»; o convertirse en un anacoreta de los del Valle del Silencio, o en un estilista, aquellos piraos que se lo hacían encima y subían a lo alto de una columna para rezar y ayunar y que no bajaban hasta el día de su muerte… O, también, ser el cabecilla de una revolución de las jodidas, de las que no queda ni el apuntador, para regenerar, desde cero, este mundo desquiciado. Porque, y estaréis conmigo, la cosa está «verde doncella», lo mires como lo mires. ¿Un ejemplo? La ministra de Educación del Reino Unido presenta estos días una ley en la que establece la censura ¡en la universidad!, que siempre fue un espacio libre para el dialogo y discusión. Estamos hablando de un país que tiene dos de las universidades más importantes del mundo, Oxford y Cambridge, que han dado al mundo una lista interminable de escritores y científicos de primer nivel mundial.
Es lo que da la «cultura de la cancelación» y la ordinariez de los ‘woke’, que están socavando las estructuras más sagradas de las instituciones académicas en los países anglosajones. Todo se reduce a una reinterpretación de la historia según unos cánones nuevos y variables. Y es un error… y una cruz. La historia es la que es, nos guste o no. Reescribirla sólo puede traer odio y resentimiento sin cuento, que es lo que está ocurriendo en todo el mundo. A esta canallada se prestan casi todos los medios de comunicación occidentales, que, al final, funcionan como la voz de su amo. La de periodista es, actualmente, una profesión desprestigiada: o eres un lameculos del poder o, por arte de birli birloque, a poco que critiques a las corrientes de opinión mayoritarias o al gobierno, te conviertes en un ser sospechoso, en un difundidor de bulos y de trolas. Otro ejemplo: el corresponsal del periódico ‘El Mundo’ en Moscú, Xavier Colas, que ahora ejerce la corresponsalía desde Riga o desde Tallín (no lo tengo nada claro, y me da igual), esta semana firmó una crónica cuyo título era, más o menos, «como llevar a Putin a la mesa de negociaciones». No se puede ser más malvado… porque resulta que el que se levantó de la citada mesa, a punto de alcanzar un acuerdo al mes de inicio de la guerra de Ucrania, fue Zelensky, obligado por el estúpido de Boris Johnson y el decrépito Biden, algo que sabe todo el mundo menos el mentado Colás, que no deja de ser curioso.
Admitir todas estas anomalías se convierte, porque no queda otro remedio, en una cruz que tenemos que soportar sobre los hombros todos los occidentales, a los que, en el fondo, nos importa una mierda quién gana la guerra o quién la pierde, porque la sentimos, en una inmensa mayoría, lejana y ajena a nuestros cotidianos devaneos… aunque no deberíamos. Salud y anarquía.