«A partir de San Martino, el invierno de camino. Si le dicen detente, llega por San Clemente y aunque venga retrasado, por San Andrés ya ha llegado». Los santos, en eterno complot con el refranero, nunca consideraron otoño al mes de noviembre y le dieron todas las coartadas para salirse con la suya y decir que el invierno nació entre sus brazos. Los mismos santos que, como la ya mentada Vieja el Monte, se escudan en refranes para indicar a ganaderos y agricultores las faenas que deben hacer en cada momento, sin que parezca una orden. Y para los nacidos tierra adentro, donde el refranero es biblia, si éste dice que hace frío, lo hace y punto.
Un año más, usando ese dicho tan denostado estos días, nuestros pueblos hacen de la necesidad virtud, se convierten en anfitriones del pasado y acogen a quienes quieran regresar a las tradiciones del frío antiguo. Aquél que quemaba la cara, atravesaba el tabardo y adornaba los aleros con carámbanos mientras el letargo de la tierra daba una tregua a los hombres de campo, la vida consistía en ver pasar las horas por delante de casa y en un lento caminar de madreñas entre callejas, cuadras y cocinas, que hasta la portillera del huerto renqueaba al abrirse, cuando la primavera la despertaba. Ahora que las tierras duermen en barbecho sin ser invierno, las cuadras han quedado en desuso y los pajares están vacíos porque no se guardan los veranos, los pueblos leoneses, maestros en reinventarse, se ofrecen a ser cocina vieja con taburete y escaño, con almanaque de otro siglo, sagrada familia en la esquina de la trébede y con humo pegado a los recuerdos porque el tiempo no tiene techo ni paredes. Aunque el cambio climático haya dulcificado el frío y cueste ver carámbanos en los tejados o aguanieve sobre las peñas, nuestros pueblos también se ofrecen a ser lumbre con rescoldo y acallar el ruido de las calles con el ronroneo de charlas reposadas. Porque noviembre es tiempo de abrir baúles y rescatar la manta gris de cuadros y nuestras tradiciones invernales, siempre pegadas al frío, al humo y al fuego. Es tiempo de transmitirlas, de contarlas, cantarlas y escribirlas para impedir que la carcoma y el olvido acaben con ellas porque la memoria es cultura. Lo estamos consiguiendo. Da igual la dirección que tomes o a qué puerta pegues el oído, en toda la provincia se oyen murmullos adentro y los carteles anuncian magostos y filandones. Por ser noviembre y fieles al refranero, en esas cocinas hay olor a orégano y pimentón, ristras de ajos y llanto de cebolla. Hay baldes, barreños, artesas y mondongo. Hay pucheros, morcillas y cansancios.
Pero no sólo la palabra alrededor del fuego rescata del olvido nuestro pasado. También es tiempo de rememorar en calles y plazas las costumbres más ancestrales, convirtiendo los productos locales y la gastronomía en motor económico de las zonas rurales. Por eso, este fin de semana huele a ancestros y a humo en varios lugares de la provincia, donde están de matanza. Son matanzas más didácticas que reales, sin Sebas poniendo el cuchillo en el punto exacto y sin Sabina, la que se llevó el secreto del mejor mondongo. Matanzas con un mensaje subliminar unido a los saberes culinarios: la importancia del trabajo comunitario, quizás el último ritual hecho de forma colectiva, que empezaba con el griterío de un pueblo unido alrededor de un cerdo. Ayer y hoy, Puente Almuhey celebra su Feria Multisectorial un año más, sacando todo el patrimonio cultural a la calle. Una calle atemporal que lo abarca todo, por la que desfila el pasado encaramado en los pendones, avanza la historia montada en carros engalanados al son de acordeones y el futuro mira boquiabierto cómo se desangra un gocho. Gastronomía, ganado y mastines, folklore y tradición agarrados de la mano celebrando una Feria que pretende unificar las que se realizaban antiguamente en las localidades del municipio, como la Feria de los Veintes, la de Santa Catalina, la ganadera en Valderrueda… Si esto se remata con un cocido montañés regado con vinos de la tierra, la feria multisectorial de Puente Almuhey pasa a ser considerado pecado digno de ser cometido y ser reincidente. Sin salir de la Montaña Oriental, pero cambiando de cauce, sigue oliendo a chamusquina, aunque saltemos del alto Cea al alto Porma, porque también hoy madrugaron y encendieron los fogones en Puebla de Lillo para celebrar su matanza. También allí, ganado, esquí y costumbres populares hacen un maridaje perfecto con gastronomía y lucha leonesa.
Todo es posible en esta tierra de nostálgicos mientras haya raigambres ancestrales negándose a ser olvido. Mientras tengamos cocinas con escaño, vino durmiendo bajo la escalera, trigo en los costales y palabras unidas por el fuego, seremos otoño en noviembre, aunque el refranero lo llame invierno. Haremos matanza a nuestra manera, llenaremos las horneras con los varales arqueados por el peso de los recuerdos, sin olvidar los saberes, no vuelva a hacernos falta lo que hoy hacemos como reclamo turístico.