Pocas conversaciones he presenciado en los últimos meses en las que no haya salido a relucir el tema de la subida de precios. Normal, no es asunto baladí.
El estallido de la guerra en Ucrania ha servido de excusa para disparar los importes de la luz, del gas y de la cesta de la compra. Justo después de dos años de crisis sanitaria por la pandemia, forjó la tormenta perfecta.
Hace poco se han dado a conocer dos informaciones que demuestran que algo falla de forma estrepitosa en nuestra sociedad.
Por un lado, las sumas que se han embolsado las grandes empresas suministradoras de electricidad y energía. Unas cantidades desorbitantes que provocan indignación y vergüenza ajena, igual que las que vemos reflejadas en nuestras facturas sin aumentar el consumo. Entiendo que las empresas deben ganar dinero, pero todo tiene su justa medida y esto es un abuso.
La otra ha sido la encuesta que refleja que estas desgracias encadenadas han agrandado la brecha de la desigualdad. Parece que los ricos lo son ahora mucho más y los pobres también. Ya no hay término medio. Oí comentar al respecto que los grandes desastres llevan precisamente a esto, que siempre fue así. Y yo que era de las que pensaba que nos unirían y nos harían más humanos, ingenua de mí.
Preocupa el encarecimiento generalizado de los productos. Y más aún el hecho de que no se le ponga freno a esta situación. ¿Será algo tan complicado de gestionar? Más bien pienso que hay demasiados intereses y ningún escrúpulo.
Baja el IVA, suben las pensiones y el sueldo mínimo interprofesional. Y de manera simultánea y proporcional escalan los precios. Muchas personas ya no son capaces de afrontarlos.
No se pueden convertir necesidades básicas, como comer o calentar la casa en invierno, en artículos de lujo. Es una injusticia insostenible en el tiempo, porque conduce al hambre y a la desesperación. Y ambas son muy peligrosas. No sería la primera civilización que llevan a pique a lo largo de la historia.
Cuando la cuerda se tensa…
21/02/2023
Actualizado a
21/02/2023
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