Es difícil hablar de lo que está pasando en Valencia. Y es difícil hablar de ello porque sobre este acontecimiento sobrevuela, como un mal augurio, algo duro de comprender.
Es un escenario para la debacle donde la evidencia científica ha sido ninguneada por una pandilla de analfabetos que están al servicio de los intereses económicos de unos pocos. Y cuando este hecho, que en sí mismo es un delito, ha mostrado sus gravísimas consecuencias, nadie ha asumido su responsabilidad. Esos pequeños dioses investidos con los óleos de la mezquindad, que parasitan nuestras instituciones como una plaga, no solo son ignorantes, son además descarados.
Estos días hemos visto como han ignorado a la Aemet. No hace mucho lo hicieron con los sanitarios y la próxima vez lo volverán a hacer, por supuesto, con cualquiera que se atreva a poner una verdad encima de la mesa que vaya contra sus misérrimos intereses económicos.
Paiporta, sus calles anegadas de lodo y agua, sus gentes engullidas por el desastre. Quién se iba a imaginar que una pandilla de fascistas iba a recalar allí para sembrar su odio, su ira entre los que lo habían perdido todo. Me parece de una maldad exquisita que haya quien sea capaz de rentabilizar la desgracia ajena con tanta crueldad.
Qué tremendo ha sido ver al Jefe del Estado dando explicaciones a un alevín de la muerte con su sudadera de la División Azul, su osadía al pedir unas explicaciones que verdaderamente le importaban un bledo. Su desvergüenza, su falta de pudor, de ética.
Felipe no se dio cuenta de que era un farsante. No sé dio cuenta de lo peinadito que iba, de la ausencia de barro en su cara, en su ropa, en que las manos ausentes, seguramente metidas en los bolsos, y ausentes los motivos para crisparse, para clamar al cielo, para pedir justicia, no tenían ni rastro de dolor. En su mirada reptiliana. En su pálida tez de habitante de la noche. Ese pequeño cínico, que con su desvergüenza y desfachatez representa un abismo dantesco.
Qué metáfora tan bien contada fueron esos dos.
Pero Felipe no lo supo ver, no lo pudo ver… y cayó en su red por unos minutos. Y Paiporta cayó también en su red distraída como estaba en su emergencia brutal. Y España también cae en ella, cada vez que les da pábulo, ocasión para avivar las llamas de odio y la sin razón. Y lo peor es que haya quién les utiliza para desestabilizar al contario en un juego sucísimo de poder de la peor calaña.
Esta Dana ha dejado en evidencia la ineficacia de un Estado que se ha convertido en un ente puramente político. Batiéndose unos y otros, entre la decadencia y la arrogancia, perdida la noción de su razón de ser, parecen totalmente, o no sé si ya son, aquella parodia con las que nos hacía reír tanto el grandísimo Gila:
– ¿Es el enemigo? ¿Ustedes podrían parar la guerra un momento?
Quien nos iba a decir que personajes como aquel que representaba tan bien el humorista, años después, iban a ser nuestra realidad política… y nos iba a hacer llorar hasta el agotamiento, pero no de risa.
Y por último ¿Desde cuándo hemos empezado a aplaudir la violencia en vez de rechazarla? ¿Desde cuándo un hecho violento colma nuestras expectativas? ¿Desde cuando la violencia es una solución?
Sin duda todo sería más fácil si los violentos y los ignorantes se echaran a un lado. No sé si me equivoco al decir que son astillas del mismo palo.
Estos días pienso mucho en las palabras de Ana Pardo de Vera, cuando dice: el antifascismo no es una ideología política; es una postura moral que defiende la democracia, la libertad y los derechos humanos frente a cualquier intento de imponer la supremacía y el autoritarismo.
Es una declaración firme contra la opresión y la discriminación, un recordatorio de que ciertos valores deben ser protegidos sin concesiones. Porque el antifascismo no es una opción política, sino una obligación moral ante la amenaza de la tiranía
El cambio climático se seguirá manifestando una y otra vez pero no solo en el Mediterráneo, si no en todos los rincones del planeta.
Es posible que los diferentes Estados sean capaces de dar, como respuesta a estas situaciones, soluciones que las mitiguen o que nos consuelen cuando nada se pueda hacer. Pero lo cierto es que nunca el futuro fue tan incierto, ni las montañas tan altas, ni los océanos tan profundos, ni los seres estuvimos tan solo ante la adversidad.