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Cuando segaron el prado

07/07/2024
 Actualizado a 07/07/2024
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Tardaron bastante en segar este año. La Ma miraba por la ventana las hierbas que tapaban a los perros y llegaban al pecho a sus dueños. Luego veía más allá otros prados, con pacas de paja recién cortada, en agradables formas redondeadas, y se preguntaba por qué no hacían lo mismo enfrente de casa.

Pasaba el tiempo, íbamos y veníamos, el invierno parecía que no se quería ir –julio estaba aquí con fríos y lluvias–, pero finalmente segaron. La Ma apreció las zonas de las ‘riberas’ de las presas y los canales, con las hierbas todavía monumentales, las partes de vegetación en torno a primitivas edificaciones («donde estaba la casa del Ermitaño», en referencia a un antiguo poblador), la despejada vista del nogal.

Hace tiempo, un alcalde quiso hacer una carretera de circunvalación por donde esta casa. La gente salió a la calle con pancartas y el plan para el desvío quedó en un cajón. Desde entonces la visión del campo parece un extraño milagro, un calendario más real del que se puede seguir en las noticias o dictan las campañas del Poder. El clima cambia, los bichos se mueven, los vegetales mutan.

Justo después de segar, las cigüeñas comenzaron su festín. Desde un árbol próximo a los nidos que tienen encima de las farolas de la carretera, oteaban el prado pelado. De repente afloraría alguna criatura o camada de criaturas, y entonces las aladas zancudas se darían un atracón de culebras, sapos o lo que fuera. Luego llegarían los cuervos, y más tarde las palomas, ‘atropadoras’ de todo lo que quedase por delante.

Un día la Ma -que sigue conservando un oído y una vista finísimos-, apreció una cigüeña que no era cigüeña. La vio mucho antes que yo, y descubrió la diferencia mucho antes igualmente. Era una garza blanca y –también apreciación suya– cojeaba de una manera llamativa. Pensé que el bípedo plume estaba en las últimas y me imaginé un final sórdido en alguna cuneta del canal.

Al día siguiente, bien temprano, a esa hora que los pescadores y los depredadores conocen bien, volví a verla. Esta vez estaba acompañada por otra como ella –supuse que del sexo opuesto– buscando esos mismos sapos y culebrinas que las cigüeñas más tarde esquilmarían. Vi el cojeo de una, la resolución de otra, la batida por el campo. Entonces ambas pegaron una pequeña carrera y ‘majestuosearon’ un rato entre los rayos del amanecer. Entendí a mi madre, mirando tantas horas y siempre tan pendiente de lo que pasaba al otro lado de la ventana.

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