Imagen Juan María García Campal

Cuaresma…, laicista

21/02/2024
 Actualizado a 21/02/2024
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Me encanta el otoño, ese largo asueto o descanso que se toman los árboles caducifolios después de habernos brindado belleza, sombra y frescor durante nuestro caluroso verano y en el que nos regalan todo un largo festival de evolutiva coloración –ay el sol y su luz, ay la lluvia, ay la interna pigmentación– y los balletísticos desprendimientos de sus hojas hasta su desnudo total. Sí, me encanta el otoño y hasta el invierno cuyos rigores procuro atenuar pensando que acercan la primavera. Sí, sí, me encantan los otoños e inviernos, pero me deprimen. Y si no me derrumbo hasta el abatimiento pleno es por admiración y pura imitación arbórea. Mas sí, son estaciones, semanas y semanas, de pasión no programada ni publicitada, ya que toda procesión va por los adentros.

Acaso por ello y a pesar de mi agnosticismo, de alguna manera, saberme en la cuaresma me esperanza y alienta pues tiendo a vivirla así como una íntima «primavera para el alma» que diría el que fue obispo ortodoxo de Buenos Aires, Argentina y Sudamérica, Alejandro Mileant y que, si se repasan las agustinas facultades atribuidas a aquella (memoria, entendimiento y voluntad), uno asocia a ese órgano o parte del cuerpo, por fortuna cada día menos desconocido, que es el cerebro o, mejor, el encéfalo. Por algo la ciencia –la medicina–, la filosofía y la religión tienen la «muerte encefálica», con o sin previa parada cardiorrespiratoria, como prueba irrefutable de la muerte de una persona.

Mas sigamos con la reanimación que supone la cuarentena de días (más seis domingos que por capricho, fe, milagro o qué sé yo) que la iglesia llama cuaresma y que como máximo nos restan hasta la esperada y deseada primavera, ya que, sabido es, la católica santa semana, por cuestión lunar –no plantearé si este fechar viene o no de anteriores festejos profanos de origen astronómico–, siempre caerá entre el veintidós de marzo y el veinticinco de abril. Así, bien podremos los laicos (de la segunda acepción) y laicistas ocupar este tiempo en advertir y observar, a sentidos plenos, el lento y alegre arribo de la primavera y en él ir cargando nuestro espíritu –léase aliento o ánimo– de las necesarias y deseadas reservas de entusiasta jovialidad en y por la vida.

Nadie vea en mi laicista cuaresma menosprecio alguno por los conciudadanos católicos practicantes ni por aquellos a los que el papa Ratzinger llamó «cristianos incoherentes» y, cual vela y palo, viva cada quien su elegida cuaresma, pasión y resurrección, sea como sea, primaveral.
 Buena semana hagamos y tengamos. ¡Salud!

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