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Cuarto a cuatro

04/07/2021
 Actualizado a 04/07/2021
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Cuarenta y ocho horas, cuatro ciudades e infinidad de recuerdos condensados en cerca de quinientos kilómetros. «Descansa, te espera mucha tralla esta semana» me escribió mi madre por WhatsApp el pasado domingo. Por si no me había quedado ya claro, he comprobado que todas las madres tienen razón hasta en lo más aparentemente absurdo. Madrid, San Rafael, León y Gijón son los cuatro pilares sobre los que se sustenta este viaje físico y mental hasta lo más hondo de mi persona.

La capital representa mi día a día, aquello que conozco como la palma de mi mano y ese bucle de rutinas. Como buena madrileña, defiendo mi comunidad, pero soy la primera en huir cuando tengo oportunidad. San Rafael, un pequeño pueblo segoviano ubicado en la sierra de Guadarrama, es los veranos de la infancia y adolescencia, el agua más fría de una piscina, las primeras copas y esos paseos en bicicleta que siempre acababan en varios rasguños. Gijón es la tierra que me conquistó desde el primer día que puse un pie en ella. Me prometí a mí misma que viviría y trabajaría allí en algún momento de mi vida. A día de hoy, aunque solo sea por un periodo de dos meses, es mi realidad.

Por último, solo queda nombrar esa ciudad que bien conocen y en la que se quedó un trozo de mí hace ya dos años. El martes volví a ver a mis antiguos compañeros, esos que cada día trabajan y se esfuerzan por informarles verazmente sobre lo que sucede en la provincia, y comencé a recordar todo lo vivido en aquella redacción. Misteriosamente, sigo siendo capaz de rememorar las cinco primeras noticias que cubrí esa primera semana de julio de 2019. Eso sí, no me pregunten qué cené ayer, posiblemente no me acuerde. No solo la oficina de la plaza de Santo Domingo reavivó mi mente, también lo hicieron todas las calles que ya pisé hace años, la Catedral que tantas veces observé y los bares en los que alguna vez frecuenté.Son solo cuatro ciudades, pero es la construcción de una vida. Recorrer todas en cuarenta y ocho horas ha formado un batiburrillo en mi cabeza; el mayor trabalenguas geográfico habido y por haber. Aun así, solo con cerrar los ojos, ya se deshace y todo vale la pena.
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