Supongo que, alguna vez, intentaste resolver –como yo, y como casi todo el mundo– el Cubo de Rubik. ¿Lo conseguiste? Yo, la verdad, no recuerdo haberlo logrado nunca… aunque tampoco era de los que le dedicaba mucho tiempo –supongo que no tenía suficiente paciencia… ni ganas de pensar demasiado–, y eso que sí que me llamaba la atención…
Fue su creador el arquitecto húngaro Ernő Rubik, allá por 1974 –este año se cumple medio siglo–, se dice que ideado, siendo profesor en la Escuela de Artes Aplicadas de Budapest, para ayudar a sus alumnos a entender objetos tridimensionales, si bien a la postre demostraba que las partes de un todo se movían de forma independiente sin que el conjunto se desarmara. Lo llamó ‘Cubo Mágico’ y, en 1980, tras comenzar a comercializarse a nivel internacional por Ideal Toy Company, cambió su nombre por ‘Cubo de Rubik’.
Es, sin duda, uno de los juegos más famosos del mundo; incluso se dice por ahí que también el más vendido de la historia, con más de 450 millones de unidades repartidas por todo el planeta. Aunque existen diferentes versiones, el clásico es un rompecabezas mecánico tridimensional, con forma de cubo –de 5,6 cm de lado–, cuyas caras son cada una de un color –azul, rojo, verde, naranja, amarillo y blanco–, constituido por veintiséis piezas móviles –cubos más pequeños– que pueden girar mediante un mecanismo de ejes, lo que permite que se mezclen los colores entre sí. Para resolverlo, cada cara tiene que quedar de un solo color. Quizá pueda parecer una tontería, pero hay más de 43 trillones de posibilidades –43.252.003.274.489.856.000, para ser exactos– y solo una posición correcta. Hay distintas maneras de hacerlo, y hacen falta como mínimo veinte movimientos –se conoce como ‘número de Dios’– para lograrlo. Y se organizan competiciones para resolverlo en el menor tiempo posible: el récord del mundo lo ostenta desde 2023 el estadounidense Max Park con 3,134 segundos. Y es que hoy, cincuenta años después, sigue levantando pasiones…