La pasada semana ocurrieron dos hechos con final trágico de los que ponen los pelos de punta. Además, permiten abrir un amplio abanico de reflexiones sobre la verdadera naturaleza humana y la fragilidad que sufre nuestra salud mental en la actualidad. Aunque esto último, por desgracia, se ve corroborado con demasiada frecuencia. Para ello basta con echar un vistazo al entorno que nos rodea, o a nuestro propio interior. En una localidad toledana, un joven de 20 años apuñala a un niño de 11 mientras el pequeño se encontraba jugando al fútbol con sus amigos. Parece que el responsable padece algún tipo de discapacidad psíquica, esa es la única explicación aparente ante semejante sinrazón.
Pocos días después, en esta ocasión en Alemania, otro joven es detenido por quitar la vida a tres personas y dejar heridas a varias más. También a puñaladas. En este caso las víctimas se divertían en un festival cuando se cometió lo que se ha identificado como un atentado terrorista.
No es la primera vez, ni será la última, que asistimos a sucesos violentos de diferentes magnitudes. La cuestión es que estamos en pleno siglo XXI, en lo que se entiende como países civilizados. Vivimos en sociedades avanzadas con un sinfín de oportunidades, libertades y recursos inimaginables apenas unas décadas atrás. La violencia no tiene jamás una justificación válida y no puede ser una opción para resolver un conflicto, sea el que sea. No tiene sentido utilizarla, ahora menos que nunca.
Las personas que resultaron fallecidas como consecuencia de estos actos lo hicieron exclusivamente por hallarse en el lugar y en el momento equivocados. Pensarlo da escalofríos. Homo homini lupus, el hombre es un lobo para el hombre. Esta frase tiene varios siglos, pero cuando hoy oímos hablar de cuchilladas se vuelve tristemente actual.
Demostrado queda que los seres humanos estamos perdiendo nuestra capacidad de razonar y somos cada vez más vulnerables. Y aún hay quien piensa que dominamos el mundo, qué fanfarronería.